Por Enrique Muñoz González
En febrero de 2014, el mundo del cine se
estremeció con la noticia de la muerte de Philip Seymour Hoffman. Aclamado por
su capacidad actoral y ganador de un Oscar, Hoffman fue hallado sin vida en su
apartamento, víctima de una sobredosis de heroína combinada con otras
sustancias. Detrás del genio que encarnó personajes inolvidables, había un
hombre que batallaba en silencio contra una adicción que terminó apagando su
vida.
Casos como el suyo nos resultan conocidos
porque era una figura pública, pero la verdad es que las drogas cobran miles de
vidas cada año.
El caso de Gustavo Cerati aún duele. El
líder de Soda Stereo, símbolo del rock latinoamericano, vivió años de excesos
que, aunque no causaron directamente su muerte, contribuyeron al deterioro de
su salud hasta llevarlo a un accidente cerebrovascular en el 2010 del que nunca
despertó.
Elvis Presley, ícono cultural de los
Estados Unidos, perdió la vida víctima del abuso de medicamentos recetados. A
pesar de su fama, dinero y acceso a los mejores cuidados, fue incapaz de
liberarse del ciclo de dependencia que lo consumió lentamente.
Más cerca de nosotros, los raperos Kiko el
Crazy, El Poeta Callejero, y el merenguero Fernando Villalona entre otros, han
expresado públicamente los problemas que enfrentaron con el uso de sustancias y
su voluntad de superarlos. Sus historias
reflejan una cruda realidad en los sectores populares: el talento emergente,
muchas veces se ve atrapado entre un vacío existencial y el acceso a drogas a
las que acuden como refugio de sus frustraciones.
Y cómo no mencionar al eterno Diego
Armando Maradona, un genio del fútbol cuya vida y carrera estuvieron marcadas
por una lucha constante contra las adicciones. Aunque su muerte no fue causada
directamente por el consumo, su salud ya había sido devastada por décadas de
excesos. Su pérdida fue llorada por millones, pero sobre todo por los que los
que fueron testigos de su lucha.
Estos siete nombres son apenas una muestra
visible de un drama humano que ocurre todos los días fuera del foco mediático.
Por cada artista, deportista o empresario que pierde la vida por las drogas,
hay cientos de personas anónimas valiosas, productivas, llenas de talento,
cuyas muertes no aparecen en los titulares, pero que dejan vacíos profundos en
sus familias, en sus comunidades, y en la sociedad entera. Cada uno era un
hijo, una madre, un amigo, un colega, un ser humano con sueños, con historias
por contar y aportes por hacer.
Hoy, 26 de junio, se conmemora el día
mundial contra el uso indebido y el tráfico ilícito de drogas, y por eso
escribo esto. Es una fecha que nos invita a reflexionar no solo sobre la
magnitud del problema, sino sobre nuestra responsabilidad individual, colectiva
o institucional.
Conozco iniciativas en ciernes en el
Consejo Nacional de Drogas, que dirige el sociólogo Alejandro Abreu que pueden
tener maravillosos resultados, no solo para reducir el impacto de esta
problemática en nuestra sociedad, sino también en la lucha contra la
criminalidad y en la construcción de una cultura de Paz. Su visión, basada en un conocimiento de las
dinámicas sociales que alimentan el consumo y el tráfico, podría contribuir a
reforzar la prevención, la educación y la rehabilitación.
No se trata solo de evitar que más figuras
públicas caigan; se trata de proteger a todos, de construir una sociedad que no
siga perdiendo a gente valiosa. Porque detrás de cada pérdida hay una historia
que pudo ser distinta. Y aún estamos a tiempo de cambiarla.
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