POR ROLANDO ROBLES
Aun
para los que no somos cristianos militantes, la Navidad es un período de
reflexión y reencuentro con la familia y sus valores. Valores éstos que no
están circunscriptos a la observación de las festividades de carácter
litúrgico, muy especialmente, la que celebra el nacimiento de Jesucristo, la
Natividad.
En
realidad, el período de fin de año que identificamos como Navidad, es ocasión
para renovar nuestras esperanzas y el compromiso con un futuro que, en general,
siempre asumimos que será promisorio. Los buenos deseos, las especiales
promesas y esos ambiciosos planes, además de las extraordinarias metas que nos
trazamos, son concebidos y orquestados en este singular intervalo de tiempo,
por el que hemos esperado doce largos meses.
Y
ese optimismo con que recibimos el año recién nacido, ese perenne homenaje a la
esperanza, no puede ser fruto del simple disfrute de varios días de asueto. Hay
en la Navidad un espíritu invisible que impregna el ambiente de positivismo y
nos permea el corazón y los sentidos, haciéndonos más tolerantes, humanos y
comprensivos, pero sobre todo, más entusiastas del porvenir.
Esos
efluvios que nos arropan en la pascua de fin de año, está claro que nada tienen
que ver con el consumismo inducido que nos lleva al intercambio de regalos
materiales y a endeudarnos hasta lo imposible, con la ilusión de que “los
mejores tiempos, están aún por venir”. Esos aromas de vida que nos envuelven
tienen que estar impulsados por razones más valederas que el bienestar que nos
produce una suculenta mesa familiar y su correspondiente secuela de libación y
disfrute junto a los amigos de la buena música del momento.
Me
niego a aceptar que esa catarsis que cada diciembre nos embarga, se deba
simplemente a la conclusión del año fiscal, con su presagio de un seguro
retorno del “Income tax”, ese complemento inexorable del Tío Sam. Tienen que
haber motivos más poderosos que estos simples enunciados de “bonanzas”, para
empujarnos cada año y a pesar de las dudas y las deudas, hacia esos imprevistos
mares de la ilusión y la buena esperanza que acompañan los abriles que ya asoman.
Estoy
convencido, de que es la presencia de ese espíritu cuasi inmutable,
representado en aquel nacimiento de hace veinte siglos, la fuerza que nos
empuja al camino de la comprensión, el entendimiento y el entusiasmo por el
homo sapiens. Lástima que no tengamos suficientes luces, como para agregarle
algo de acercamiento, solidaridad, amistad, respeto, compromiso y conmiseración
hacia los más necesitados.
Es
por estas razones que me niego y me seguiré negando, en estas navidades y las
que vengan, a cambiar mi saludo y deseos de “Feliz Navidad y Próspero Año
Nuevo” para todo el mundo, por el seco, inoportuno y poco cristiano“Happy
Holidays”. Hoy, gracias a Dios, ya sabemos qué hay detrás de este intento de
negación sociocultural.
Debo
confesar en este punto, que estas líneas las escribí hace unos quince años y
que periódicamente las hago públicas a través de algunos medios, como mis particulares
reflexiones de fin de año. Sin embargo, hoy tengo motivos muy especiales para
llamar la atención de mis amigos lectores sobre el contenido y sentido del
párrafo anterior.
En
el párrafo en cuestión, yo muestro mis recelos por la insistencia con que ciertos
sectores sociales con mucha influencia en los medios de comunicación masiva
tratan metódicamente de sustituir nuestro cristiano saludo de fin de año:
“Feliz Navidad”, por una expresión que aunque festiva, no refleja nuestras
convicciones religiosas, sociales y culturales, por el genérico término de
“Felices Días de Fiesta”, en español.
He
observado impotente cómo se ha generalizado este saludo de navidad sin que
nuestros líderes hayan siquiera reparado en ello. Todo lo contrario, se puede
leer el inexacto “Happy Holidays”, en las tarjetas que nos envían algunos
oficiales electos de origen latino, en los spots de televisión de las grandes
cadenas de TV en español, en los periódicos y publicaciones para hispanos
parlantes y hasta en el diario vivir nuestro.
Las
cosas han avanzado tanto que mi nieta, nacida en USA y por tanto bilingüe, me
dice con la mayor sinceridad del mundo, el día de Noche Buena: “Abuelo, que
tengas Happy Holidays”. En su mente ha primado el Happy Holidays sobre el
tradicional y cristiano Merry Christmas.
Y
desde luego que me asusto sólo de pensar que en unos años, la Navidad, la
fiesta mayor del Cristianismo, podría ser una expresión de libros antiguos. Y
que nos borren nuestra identidad, con el mayor descaro mediático y ante la
mirada indiferente de los que consideramos nuestros líderes.
Y
mientras esto sucede en mi comunidad, aquí en Estados Unidos, los judíos siguen
festejando y llamando por sus nombres originales todas sus fiestas religiosas,
sociales y culturales, como: Hanuka, Yon Kipur, Rosh Hashaná, Passover, Sucot, Shavat,
y otras tantas. Nunca se refieren a una de ellas, ni aceptan que se las
considere como ordinarios holidays o días de fiesta.
Lo
mismo sucede con los muslims, islamitas o musulmanes, ellos celebran con gran
fervor sus fiestas religiosas: Muharra, Laylat al-Qadr, Eid ul-fitrul-fitr, Id
al-Adha, al igual que el ayuno de Ramadán. Pero los cristianos, nos hemos
dejado acorralar y ya nuestros descendientes empiezan a creer que tanto
Navidad, como Semana Santa, son dos simples períodos de vacaciones y descanso,
y hasta de libertinaje.
A
pesar de que no soy un cristiano de avanzada, que no asisto a la iglesia de
manera regular, y que lo mismo me da oír un sermón cristiano, judío, musulmán o
hindú -me basta con que sea de contenido humanista- no importa en qué idioma se
pronuncie, siempre responderé con fe y sinceridad, Merry Christmas, Gozhqq
Kesmish, Buon Natale, Gajan Kristnaskon, Joyeux Noel, Frohliche Weihnachten,
Bon Nadal, Bon Pasco, E Ky Odum, en fin, Feliz Navidad.
¡Vivimos,
seguiremos disparando!
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