Por Miguel Ángel Cid Cid
— ¿El café será de origen dominicano? — preguntó.
Acto seguido se respondió a sí mismo:
— Debería ser porque es demasiado bueno.
…/…
José Benito Hurtado,
profesor, viajaba conmigo desde Santiago de los Caballeros. Íbamos rumbo a la
Casa San Pablo, Santo Domingo, llegamos pasada las 10:30 de la mañana. Nos
tocaba participar en la investidura de la Universidad de la Tercera Edad (UTE),
donde me correspondía graduarme de Licenciado en Comunicación Social.
La ceremonia de
investidura concluyó. Por lo tanto, nos fuimos a almorzar al Barrio Chino, en
la Zona Colonial. En el restaurante degustamos —además— cervezas chinas con mi
sobrino, Luis Alberto y amigos capitaleños.
El registro en
el Hostal San Francisco de Asís, en Gazcue, se realizó luego de la primera
celebración. Una siesta y una ducha fueron suficientes para reponer energía.
Así arribamos a la segunda etapa festiva que se prolongó pasada la medianoche.
Concluido el
jolgorio de tragos, cigarros, bocaditos y conversaciones de todo tipo y tamaño
regresamos al hostal. Tato, nombre cariñoso de José Benito y yo, nos apostamos
en el balcón con respectivas copas para no quedarnos cojos.
Al día
siguiente, domingo 27 de abril, tocaba regresar a la “Ciudad Corazón”. Pero
antes estaba previsto bajar al comedor del hotel a tomar café y a desayunar.
…/…
Sorprendido por
la pregunta — directa e indirecta a la vez— hice un paseo con la mirada por las
mesas una por una. Sólo dos estaban ocupadas, la primera por Tato y yo, la
segunda la ocupó el señor recién llegado. Por lo anterior, concluí que la
pregunta estaba dirigida a nosotros.
José Benito, ni
tan siquiera imaginaba quien era ese señor con el que hablábamos como si
fuéramos conocidos de antaño. Yo menos.
Nos explayamos,
no obstante, en una conversación entre la especulación consciente y datos
comprobados sobre las propiedades del café. Así, imbuidos en el sabor agradable
al paladar, el aroma traído al olfato por la brisa y el calor, los efectos
digestivos… Todo era magia desmontada en la realidad mañanera.
La infusión
protagonista del diálogo se agotó en las tres tazas de los comensales. El café
cedió el paso al desayuno consistente en mangú de plátano, huevos fritos con la
yema blandita, salami y queso, según el plato.
El compañero de
conversación sacó de una fundita plástica que traía enredada entre los dedos la
mitad de un aguacate. Sin decir palabras se lo sirvió en su plato.
Poco tiempo después
comprendí que el medio aguacate es una tradición institucionalizada en su
cultura alimentaria.
— Y para tomar,
preguntó la China, encargada de la cocina.
Los tres —como
si fuéramos los tres mosqueteros— pedimos otra taza de café. A seguidas, las
tres tazas fueron rebosadas de bote en bote para acompañar el desayuno.
La conversación
enamoraba —como un ser de carne y hueso, con alma sentimental— se resistía al
abandono. Negada a quedar en el olvido. Pero Tato y yo debíamos regresar a
Santiago.
Como el deber
llamaba, nos aprestamos a volver a la habitación para recoger las maletas. De
modo que tocaba despedirnos.
— Bueno don, le
dije. Tenemos que marchar hacia Santiago. Pero si me dices su nombre sabré
quién nos regaló una mañana tan agradable como el aroma del café. Tan deliciosa
como el desayuno.
El señor dijo
entre dientes:
— Mi nombre es Manuel.
Pero parece que
advirtió —antes que yo preguntara de nuevo— que no habíamos entendido ni pio.
Por tanto, repitió:
— Bueno, mi
nombre es en realidad Manuel Matos Moquete.
— ¡El maestro
Manuel Matos Moquete! — repetí sorprendido.
Entonces, me
puse de pie, olvidé lo de llegar temprano a Santiago y me preparé para hacer
los honores reglamentarios a un maestro de la lengua y el estudio de la cultura
del habla del español y la literatura. Se inició, en consecuencia, una nueva
conversación.
El maestro nos
invitó —a Tato y a mí— para la presentación de su libro: “Plinio, los años
terribles”.
Sí, claro que asistí
a la Biblioteca Pedro Mir, Auditórium Manuel del Cabral e invité a varios
amigos. Tengo el libro en mi poder, en proceso de lectura.
Ya en el viaje
de regreso, a mitad de camino, después de cruzar por la entrada de Piedra
Blanca le dije a Tato:
— Tato, no se para ti, pero para mí, con este
encuentro con Manuel Matos Moquete el viaje se pagó doble.
El diálogo, desde
el 27 de abril pasado, sigue vivo por vías diferentes. Y seguirá…
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