Por Miguel Ángel Cid Cid
Saltos mortales, hombres por los aires, trompadas y
sillazos auguraba para medio Santiago la Asamblea Ordinaria del CDES. Nada
pasó. Para que el morbo saciara la sed emergió un conato prematuro con
sonoridad escasa, silenciado en el acto.
La gestación del Consejo para el Desarrollo
Estratégico de Santiago (CDES) data de principio de la década del 90 del siglo
pasado. Pensado en un proceso dilatado, conducido por el escritor e intelectual
santiaguero Rafael Emilio Yunén, entonces director del CEUR-PUCMM. Nada se hizo
al azar.
Poco tiempo después de fundado, sin embargo, fue
secuestrado por un liderazgo falso. Todos los estamentos de dirección,
incluyendo los técnicos, terminaron convertidos en figuras decorativas, prestas
a celebrar lo que diga el Rey.
El tercer director ejecutivo se hizo del control
total del CDES. Ni un mime se movía sin que él lo ordenara.
Para lograr apoderarse de todo aplicó las técnicas
que utilizó Tartufo para quedarse con la casa y la mujer de quien confió en él.
Pero el tiempo implacable comenzó a cobrar sus honorarios.
¿Qué es el CDES?
Es el acrónimo del Consejo para el Desarrollo
Estratégico de la Ciudad de Santiago. Su objetivo principal es formular el plan
estratégico de desarrollo de Santiago de los Caballeros. Y luego gestionar el
proceso de ejecución.
La planificación estratégica del desarrollo del
municipio toca al Ayuntamiento como gobierno local. Pero los alcaldes han
concluido que es demasiado pedir con tan poquito presupuesto. Por eso
entregaron la gestión del PES a una organización de las élites privadas.
Se deriva de lo anterior que el Plan Estratégico de
Santiago (PES) sea el único proyecto que gestiona el CDES. Por esto el común de
la gente suele confundir el PES con el CDES y viceversa.
Los primeros tres directores ejecutivos del CDES
son: José Raúl Fernández, arquitecto y profesor universitario; Rosa Arlene
María, arquitecta, directora actual del CIDEU en España; y Raynaldo Peguero,
médico epidemiólogo.
¿La crisis repentina?
La organización se pasó más de 20 años marchando
arropada de paños y manteles. Todo caminaba tan perfecto que no podía ser
verdad.
Para coronar al Rey momo se hizo necesario hacer
volar a José Raúl y a Rosa Arlene. La jugada maestra duró cerca de 20 años y
amenaza con volver.
Los oligarcas dueños del CDES, no obstante, se
hacían de la vista gorda. Ellos quedaban embelesados con las lisonjas
carnavalescas prodigadas por el Rey momo puesto de rodillas.
—Él es un mal necesario, decían.
Pero no duró cien años, ni el grupo lo aguantó. En
diciembre pasado la junta directiva del CDES le propinó un jaque —pero no mate—
al Rey momo.
Herido mortal, el Rey no se amilanó. Trazó su plan
de venganza, formó una plancha para colocar una junta directiva que le
devolviera el trono. Pero los caciques divisaron la saña y el 29 de mayo pasado
le propinaron otro jaque.
Al juego del Rey momo se prestaron Ulises Rodríguez
y Daniel Rivera, alcalde y senador de Santiago, respectivamente. La crisis giró
sorpresivamente al llegar Raquel Peña, vicepresidenta de la República. Le dio
carácter de Estado, colocó las piezas en el tablero del mismísimo Palacio Nacional.
Por entrar a un juego que no le correspondía, a los
tres funcionarios autoproclamados líderes les contaron los votos. Y perdieron.
La asamblea electora
La Asamblea Ordinaria Electora pintaba un cambio de
presidente en el CDES. La oligarquía conservadora sería derrotada por las
fuerzas democráticas del Rey momo.
Pero los ahora participativos y democráticos —afanando
por salvar la institucionalidad— intentaron confundir para variar la lista de
votantes. El conato degeneró en pugna con Miguel (Miky) Lama, presidente de la
Corporación Zona Franca, Santiago. Miky lo neutralizó. Le dijo:
— Cállese, usted habla demasiado, siéntese ya.
Miky parecía ser el único de los presentes que
mantenía la calma. Y no era para menos, porque esta ha sido la única asamblea
competitiva del CDES. Las juntas directivas anteres se escogían por consenso.
Tanto el CDES como el PES navegaron siempre viento
en popa. El Rey momo —ahora defenestrado— se ocupaba de cada detalle. Pero lo
mucho, hasta Dios lo ve.
La nota discordante, sin embargo, la marcó la
Asamblea Electora celebrada el 29 de mayo pasado. La puja entre dos grupos dejó
ver las debilidades ocultas durante décadas.
Los desafíos
Las heridas que dejó la reyerta deberán ser curadas.
Ahora, las cicatrices quedarán ahí. Son un llamado a ser más vigilantes dentro
de la agrupación.
Quiero comenzar señalando que uno de los desafíos de
mayor importancia consiste en enfrentar urgente el fantasma de la división.
Crear mecanismos que mantengan a raya a quienes comienzan a acumular control
dentro de la agrupación.
El CDES debería cambiar el estilo de dirección. En
vez de la manipulación, convendría priorizar la transparencia, la democracia y
el respeto a los actores internos. Lo correcto sería reducir al mínimo el
protagonismo del director ejecutivo.
Para dejar el pasado atrás —sin olvidarlo— sería
propicio identificar métodos de trabajo enfocados en el contacto directo.
Propósito: reforzar el nivel de participación basada en reglas claras, que cada
actor se ocupe de lo suyo.
Recuperar la imagen impecable del CDES en sus
inicios. Volver a ser ejemplo para las demás ciudades del país en materia de
organización, unidad y consenso para la planificación estratégica del
desarrollo.
Convertir el Plan Estratégico de Santiago en un
instrumento de trabajo al servicio de los ciudadanos y las autoridades. Que
deje de ser un libro de lujo. Que lo bajen de los anaqueles.
Esclarecer en los estatutos el rol de las
autoridades. Que no se repita en las asambleas sucesivas la confusión del
derecho al voto de los diputados y regidores. El alcalde, por ejemplo, debería
ser —sin discusión— el presidente del CDES, porque él representa el gobierno
del municipio.
En suma, la oligarquía local está entre la espada y
la pared. Una de dos, decidir preservar el CDES como garantía para influir en
el gobierno o, prepararse para entregar el mando a sus contrarios improvisados
dentro de dos años.
Si optan por la primera —lo dicta la lógica— deberán
dar temprano el jaque mate.
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