-A Juana Lomi, nuestra heroína del 9 /11-
Sergio Reyes II
Una mañana soleada, con un cielo despejado de nubes y esporádicas ráfagas de viento sorteando los espacios que quedan abiertos entre la inmensidad de torres que caracterizan la parte baja del New York de los nuevos tiempos, constituía todo cuanto, hasta ese momento, ocupaba la atención de una joven mujer, mientras degustaba deliciosas porciones de frutas, adquiridas momentos atrás, en el tarantín de un vendutero cualquiera, de esos que provocan el apetito de los transeúntes con sus ricuras; y, de manera especial, a quienes comparten, tanto en la gran manzana como en otros muchos estados de la Unión, la condición de inmigrantes.
Conversaciones banales, y uno que otro
piropo fugaz de parte de un compañero de labor matizaban la mañana, mientras se
aprestaban a enfrentar la faena del día, con el mejor de los ánimos y la
disposición de poner la mente y el corazón al servicio de los necesitados.
A poca distancia de allí, envueltos en la
modorra del día a día, sus compañeros del servicio de emergencia -paramédicos-
del New York University Downtown Hospital, comenzaban a recibir en forma
intermitente y desesperada los preocupantes avisos que daban cuenta de que una
avalancha trágica se cernía sobre la ciudad y sus habitantes, amenazando con
destruir a su paso todo vestigio de vida, cultura y civilización.
Muy lejana estaba la espigada mulata
proveniente de una apartada comunidad del municipio de Restauración, en la
provincia Dajabón, República Dominicana, en suponer que aquel día, ante sus
ojos, adornados con el intenso color de la noche, habrían de desfilar las mas
terribles y desgarradoras escenas de dolor, muerte y desolación, como
consecuencia del desencadenamiento de una serie de atentados terroristas con
los que el fanatismo y la sinrazón pretendía castigar a la población indefensa
y a todo cuanto los portavoces de la muerte identificaban somo símbolos del
poder económico y militar de los Estados Unidos de Norteamérica, eje central de
la tragedia que nos ocupa.
Como muchos otros inmigrantes provenientes
de nuestros países tercermundistas, Juana Lomi llegó a los Estados Unidos a
temprana edad (7 años), y dando curso a la acerada formación familiar que
caracteriza a la mayor parte de la población de escasos recursos, que sigue la
ruta del exilio económico en aras del logro de una mejoría que garantice a la
descendencia un futuro mas promisorio que el que padecieron sus mayores, se
preocupó por estudiar, capacitarse e integrarse en una actividad ocupacional
que, al tiempo que le proveyese de los recursos económicos requeridos por su
grupo familiar, se ajustare a la sentida vocación que le persiguió desde niña:
vestir los hábitos de monja, para servir a los demás desde esta noble
investidura.
De tal suerte, ataviada con vestiduras más
a tono con la ocupación, pero aferrada por igual a la labor de servir al
prójimo sin parar mientes en el color de la piel, prebendas ni linajes, la
paramédico dominicana hubo de asumir, aquella mañana del 11 de septiembre de
2001, la mas terrible e inenarrable de las experiencias surgidas en el
cumplimiento del deber.
Una sombra gigantesca, inusual en un
perímetro sembrado por centenares de rascacielos que se disputan las alturas,
se descolgó desde el firmamento, oscureciendo el entorno y llenando de estupor
a los parroquianos. Al levantar la vista, algunos pudieron observar llenos de
incredulidad la manera en que aquella tenebrosa sombra, convertida ahora en
sanguinaria ave de rapiña, se estrellaba en forma violenta contra una de las
torres del simbólico complejo arquitectónico conocido como World Trade Center
-Centro Mundial del Comercio, o, más comúnmente, las torres gemelas-.
A partir de ese momento, la odisea escenificada
en el cumplimiento del deber por esta altiva y valiente mujer que nos ocupa ha
copado las paginas de los medios de comunicación, radiales, impresos y
televisivos y sus hazañas corren de boca en boca, haciéndole acreedora de un
sinnúmero de reconocimientos, preseas y, por sobre todo, el cariño y
agradecimiento de la gente. No solo de aquellos a quienes salvó, a riesgo de su
vida y haciendo causa común con la labor de asistencia social para la que
está acreditada, sino también, de otros
que, desde la distancia, nos sentimos representados por esa mujer que con sus
valiosas acciones supo poner en alto los principios sacrosantos de la
nacionalidad dominicana, dondequiera que se encuentre un paisano de estas
tierras.
Tomando prestadas sus palabras, vertidas
en las crónicas de reconocidos comunicadores que han destacado las acciones de
esta insigne mujer a quien nos une, por igual, la condición de fronterizo,
resaltamos estos testimonios:
-Un silbido agudo y penetrante nos dejó
sordos, sentimos un gran estruendo, como que se estremeció todo, luego el
estallido-.
El sentido común indicaba que, ante la
urgencia del momento, lo mas adecuado era dirigirse hacia el lugar desde donde
se había producido el ruido, para comenzar, de inmediato, a ofrecer la labor de
asistencia a los posibles afectados.
-Me tomó menos de un minuto llegar-
Su cerebro se agitaba mientras pensaba en
la planificación de cómo prestar auxilio y rescatar de los pisos altos a la
infinidad de fallecidos y heridos que, de seguro, se encontraban indefensos y
esparcidos por doquier, luego del impacto del primer avión.
Envuelta en este dilema, se encontró de
frente a una multitud de afectados con múltiples contusiones y quemaduras, que
corría despavorida, abandonando el edificio.
-A esos los mandé a que caminaran al
hospital-
*Se refiere al New York University
Downtown Hospital, en donde presta su enjundiosa labor, ubicado a cercana
distancia del lugar.
-Manejando esa situación escuché el mismo
zumbido ensordecedor de las turbinas, y la inmensa sombra del otro avión me
pasó por encima, me tiré al piso cubriéndome la cabeza. De nuevo el estruendo,
todo se estremeció otra vez, y el estallido. Comenzaron a llover escombros
pequeñísimos, pero cuando impactaban mi casco protector sonaban como
martillazos, se sentían como balazos por la velocidad con la que caían-.
Inmersa en su labor de socorro, comenzó de
inmediato a señalar a los afectados por la tragedia las rutas de salida que les
permitiesen abandonar de inmediato la zona de desastre.
-Nunca se me ocurrió que el edificio se
caería-.
La labor de socorro era incesante. Su
figura femenina se destacaba en el conglomerado de otros socorristas que, al
igual que ella, aunaban ingentes esfuerzos para rescatar y alejar del edificio
a la mayor cantidad posible de afectados.
-Un señor salió agarrándose el pecho con
el dolor reflejado en los ojos. Colapsó frente a mí y cuando le busqué el pulso
no lo encontré. Murió y ahí lo dejé. Venía otro caminando lentamente, cuando lo
fui a ayudar, cuando lo empujé para subirlo en la ambulancia, me quedé con toda
la piel de su espalda untada en las manos; estaba muy quemado. Cuando miré arriba,
era una verdadera lluvia, llovía gente del cielo, saltaban de las torres, caían
a mi lado con ese golpe sordo, seco, caían por todos lados. Vi unos saltar
envueltos en llamas, otros como rezando, y vi a una pareja saltar y reventar
contra el piso agarrados de la mano-.
El salto a la muerte y tomados de la mano,
hubo de ser, para aquellos, una ofrenda al amor, antes que morir abrasados por
las llamas.
Los bomberos y socorristas en frenética
carrera tratando de ganarle vidas a la parca es todo lo que Juana recuerda, de
cuanto acontecía a su alrededor; y desde las alturas, un maremágnum
caracterizado por sucesivos estruendos, estallidos, trozos del edificio cayendo
por doquier y una inmensa humareda que apenas permitía respirar, presagiaba
suponer el inminente colapso del complejo estructural.
-Corrí hacia el edificio a sacar gente,
con todo esto oscuro, cubierto por un humo denso y negro. Saqué tanta gente,
que metía entre 10 y 12 personas en una ambulancia, cuando lo normal es que
nunca pasen de dos. Ahí respiré mucha fibra de vidrio. El edificio comenzó a explotar desde arriba,
huí de manera instintiva a la estación del tren, una multitud huyó detrás de mí
y me cayó encima muchísima gente, cuando escuché un sonido estruendoso y todo
se puso oscuro-.
A continuación, los escombros caídos desde
lo alto de la torre cubrieron por entero la entrada a la estación del Metro y,
ante esas circunstancias, sacando fuerzas de lo indecible y emulando a Moisés
en el desierto, nuestra heroína asumió, con entereza, la insospechada labor de
guiar a oscuras a la multitud, a lo largo del sistema de túneles, en busca de
un lugar seguro que les permitiese salir a la superficie.
El venerable uniforme que es símbolo de
servicio y respeto en la ciudad de New York le permitió sobreponerse a sus
propias penurias y afecciones, propias del trauma que les aquejaba a todos por
igual. Sacando fuerzas de lo indecible, señaló la ruta a seguir. Les ordenó que
bajaran al nivel de los rieles del tren y, entre penumbras, tomados de las manos,
con las espaldas contra la pared y formando cadenas humanas, avanzaron
cuidadosamente hasta alcanzar una salida unas cuadras al norte de donde inició
la travesía.
El rescate de aquel grupo, casi al filo de
la noche de aquel fatídico día, fue recibido con asombro y orgullo, en un
ambiente matizado de ovaciones, por los demás componentes de las brigadas de
socorro que operaban en la zona de desastre.
*El lugar del rescate ha sido señalado con
precisión: Fue en la estación de Church & Chambers Street; allí emergieron
de los túneles y subieron a la calle.
Sin embargo, los estragos del cataclismo
hicieron su efecto en la recia naturaleza de la socorrista. Y Juana perdió el
balance, cayendo en un estado delirante.
-Todo estaba oscuro, bien oscuro, no se veía
nada. (…) no podía recordar qué ocurrió
o cómo ocurrió, pero sabía que no era de noche. -Nadie lloró ni habló. Todos
seguíamos tomados de las manos que nos agarraron en los túneles del tren,
mirándonos el rostro por primera vez y en silencio por unos instantes”.
-Estábamos agarrados blancos, morenos,
todos. No había negros ni blancos, ni latinos, ni hombres ni mujeres, ni ricos
ni pobres, ni jefes ni subalternos, todos éramos iguales, compartíamos el
dolor, la tragedia, la esperanza, todos éramos uno-
-Cuando el viento disipó el humo, aquello
parecía un campo devastado por la guerra, sin agua, luz, teléfono ni nada.
En los albores del siguiente día y como
parte de su labor de servicio le fue encomendado el traslado de un paciente a
las instalaciones hospitalarias del Cornell University en New Jersey. Al entrar
en contacto con el paciente, éste estalló en lágrimas y alabanzas al Supremo
creador:
-Usted no me vio la cara, estaba muy
ocupada rescatándome, pero yo vi el rostro de la persona que Dios mandó a
rescatarme. Fue mi espalda quemada la que se le pegó en las manos cuando me
ayudaba a subir a la ambulancia. Usted me salvó la vida!-
A 24 años del desastre.
Las heridas y las penas se recomponen, la
vida continúa y la humanidad se levanta de sus cenizas, asimilando las
enseñanzas de sus errores para poder seguir adelante. Lo que sobrevino después
de aquel día, con el reconteo trágico de pérdidas humanas -entre las que se ha
registrado un estimado de 258 hispanos, de los cuales 27 eran de origen dominicano-
y daños materiales, investigaciones, persecución, localización y castigo a los
presuntos culpables de aquellos lamentables sucesos, todavía flotan entre
nosotros, envolviéndonos en corrientes de incredulidad, especulación y atisbos
de teorías de la conspiración, que surgen de tiempo en tiempo.
Otras calamidades, caracterizadas por la
voracidad del gran capital, luchas por el establecimiento de hegemonismos y
reparticiones territoriales, guerras de carácter religioso, pandemias que ponen
en peligro la existencia de la vida humana y una amenaza inmisericorde al
ecosistema que nos da vida y cobijo, constituyen la prioridad del momento.
Desde aquellos días, hasta el presente, la
valerosa paramédico oriunda de la frontera dominico-haitiana mantiene inalterable
su condición de abnegada servidora al frente de los servicios de salud en la
ciudad de New York. En cierto modo, es una de las pocas mujeres que se mantiene
en su unidad, desde los días del fatídico acontecimiento. Los demás fueron
puestos en retiro, debido a diferentes afecciones de naturaleza física o
psicológica, adquiridas como parte de la secuela contaminante que afecto a la
gran mayoría de los que manejaron de cerca la terrible destrucción de la zona
denominada desde entonces como Zona Cero.
Ha recibido numerosos reconocimientos,
premiaciones y homenajes, de parte de la institución hospitalaria en donde
presta servicio, de las autoridades municipales y del gobierno de la ciudad de
New York, así como de entidades públicas, privadas y comunitarias. En el décimo
aniversario de la tragedia, su imagen y prontuario personal formaron parte de
la exposición Rostros del 9-11, auspiciada por Time Warner Building, en
Columbus Circle, a unos pasos del Central Park.
En lo personal, Juana Lomi ha autorizado
el uso de su imagen con fines benéficos, para recaudar fondos destinados a
obras de bien social. Forma parte de la
Reserva Médica para el Departamento de Salud Pública y Salud Mental y es la
cofundadora y directora ejecutiva de Vision Internacional For The Blind, una
Fundación dedicada a ayudar a invidentes, en la República Dominicana.
A su vez, esta esforzada y abnegada
trabajadora social fue reconocida en el país en el año 2009 -durante el
gobierno del presidente Leonel Fernández-, con una de las nominaciones del
Premio Nacional de la Juventud, otorgado por la Secretaría de Estado de la
Juventud (hoy Ministerio de la Juventud).
El hecho de ostentar, a mucha honra, la
condición de noroestano y fronterizo, al igual que Juana Lomi, es motivo más
que suficiente para que, al conmemorarse en estos días el 24vo. Aniversario del
acaecimiento de aquellos hechos luctuosos, nos inunde el orgullo y el
agradecimiento, en homenaje a esa gallarda mujer que supo dar un paso al frente
y arriesgar su vida en aras del bienestar de los demás.
Donde quiera que estés, los dajaboneros te
recuerdan con aprecio y admiración!
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