Por Tomás Hernández Alberto
En un momento tan crítico como el que
vive la República Dominicana, el llamado del presidente Luis Abinader a los
expresidentes Hipólito Mejía, Danilo Medina y Leonel Fernández para dialogar
sobre la situación de Haití y la migración ilegal es un acto de madurez
política y un ejercicio de responsabilidad nacional. Esta convocatoria
representa una oportunidad única para mostrar al mundo que, por encima de las
diferencias partidarias, hay un interés común: la defensa de nuestra soberanía.
La crisis política, económica y social
en Haití ha desbordado sus fronteras, generando una ola migratoria que afecta
directamente a nuestro país. En respuesta, el presidente Abinader ha tomado
medidas firmes y necesarias, implementando 15 disposiciones para frenar la
inmigración ilegal. Estas decisiones han contado con un respaldo mayoritario
del pueblo dominicano, que entiende que proteger la frontera y hacer cumplir la
ley migratoria no es xenofobia, sino una cuestión de orden, seguridad y
soberanía.
Es lamentable, sin embargo, que uno de
los expresidentes invitados al diálogo, Leonel Fernández, haya condicionado su
participación afirmando que no dará un apoyo incondicional al gobierno. En un
contexto tan delicado, esta postura ha sido percibida por muchos dominicanos
como una muestra de arrogancia y falta de compromiso con los intereses
nacionales.
No se trata de apoyar al presidente
Abinader como líder partidista, sino de respaldar al jefe de Estado que
representa a toda la nación. Este no es un momento para cálculos políticos ni
posicionamientos personales. Es tiempo de unidad, de poner el país primero, y
de enviar un mensaje claro a la comunidad internacional: la República
Dominicana está unida en la defensa de su integridad territorial y del
cumplimiento de sus leyes.
La figura del expresidente Fernández ha
sido históricamente controversial, y su reticencia actual solo profundiza esa
percepción. Muchos dominicanos ven en su actitud un intento de capitalizar
políticamente una situación de emergencia nacional. Pero cuando el futuro de la
nación está en juego, no hay espacio para ambigüedades ni tibiezas.
En contraste, tanto Hipólito Mejía como
Danilo Medina han mostrado disposición para sumarse al diálogo. Esa actitud
debe ser reconocida, independientemente de las diferencias políticas del
pasado. Porque este no es un tema de gobierno, es un tema de Estado, y exige la
cooperación de todos los actores con peso histórico e institucional.
La comunidad internacional debe entender
que la República Dominicana no puede cargar sola con la crisis haitiana. Y para
lograr esa comprensión, es fundamental que todos nuestros líderes hablen con
una sola voz. Las divisiones internas solo debilitan nuestra posición frente a
organismos internacionales que muchas veces desconocen la realidad geográfica,
económica y cultural que nos separa de Haití.
El pueblo dominicano, que ha demostrado
en múltiples ocasiones su solidaridad y su capacidad de acogida, también exige
orden y respeto a su soberanía. No es justo que se nos acuse de discriminación
cuando simplemente buscamos proteger nuestros recursos, empleos y servicios
básicos para nuestros propios ciudadanos.
Por todo esto, el llamado a la unidad
nacional no es un capricho ni una estrategia política. Es una necesidad
histórica. Y quienes decidan marginarse o condicionar su apoyo en este momento
crucial, quedarán del lado equivocado de la historia. La patria está primero, y
defenderla es un deber de todos, sin condiciones.
El autor es presidente del Movimiento
Político Poder PA’L Pueblo y destacado profesional agropecuario.
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