Por Roberto Fulcar
En la película Sueños de Trenes, hay un
momento en el que la voz en off —en tono íntimo, casi confesional— dice: “He
visto hombres malos ascender y hombres buenos arrodillarse.” La escena
transcurre entre bosques inmensos, en la vida dura de un jornalero
norteamericano que ha visto demasiado del mundo y, tal vez, demasiado pronto. Es
una frase que cae como un golpe de realidad, porque retrata uno de los enigmas
morales de la existencia: esa extraña capacidad de la vida para premiar, a
veces, a quienes siembran sombra, mientras quienes siembran luz tropiezan o son
empujados al suelo.
Frente a esa realidad cruda, yo afirmo
—convencido, desde mi propia experiencia y desde la conciencia de quien ha
observado y estudiado a personas a lo largo de muchos años— que yo he sabido de
hombres dignos que trascienden a pesar de las adversidades. Lo digo habiendo
visto, en mi país y fuera de él, a seres humanos que no se dejan definir por el
miedo, ni por la injusticia, ni por el golpe del infortunio. Lo digo porque he
visto surgir grandeza en lugares donde otros solo veían ruinas. Lo digo porque
he visto dignidad en pie, incluso cuando todo parecía querer verla de rodillas.
Dicen que la adversidad revela el
carácter; yo pienso que revela algo aún más profundo: la esencia, aquello que
ninguna circunstancia, por dura que sea, puede arrancar. Hay personas cuyo
fuego interior no depende del clima exterior. Personas que arden sin consumirse.
Maestros que educan sin grandes recursos, pero cuya palabra transforma más que
cualquier edificio. Ciudadanos que sirven sin cámaras, sin títulos, sin cargos,
sin reconocimientos, sin dinero, sin aplausos. Gente sencilla, pero luminosa.
Porque, al final, no están llamados a su casa los brillosos, sino los
brillantes; no los que reflejan la luz momentánea de un foco, sino los que la
generan desde la honestidad de su alma.
He visto también a madres que cuidan con amor,
aunque la vida no les haya dado descanso; a líderes comunitarios que sostienen
a otros mientras ellos mismos atraviesan tormentas; a profesionales que
renuncian al bienestar para abrazar lo correcto. Todos ellos enfrentan lo
adverso, pero lo adverso no los aplasta: los cincela. Los convierte en seres
más hondos, más sabios, más humanos. Por eso sostengo que trascender no es
subir, ni trepar, ni conquistar. Eso es ascender, y ascender está al alcance de
cualquiera que sepa jugar el juego del poder. Trascender es otra cosa.
Trascender es permanecer. Es dejar huella. Es que la vida de uno tenga sentido
para otras vidas. Es que después de tu paso, algo quede mejor de lo que estaba.
Es que tus valores no se desvanezcan cuando se apague la luz del escenario.
Hay quienes entienden el éxito como ruido.
Pero la trascendencia es silencio. Un silencio hondo, que perdura cuando la
algarabía ya terminó. La historia está llena de personas que subieron alto,
pero se disiparon en el aire, porque su brillo dependía del aplauso. En cambio,
quienes trascienden no necesitan micrófonos; necesitan propósito. No buscan
reflectores; buscan sentido. No compiten por ser vistos; trabajan por
iluminar.La trascendencia es un acto de servicio. Una vida puesta al cuidado
del otro. Una palabra que da esperanza. Un gesto que sostiene. Una idea que
transforma. Una convicción ética que jamás se negocia, aunque el mundo
presione. Un camino que deja frutos donde antes solo había tierra seca.
A veces lo injusto parece ganar. A veces
lo incorrecto parece avanzar. A veces lo oscuro parece imponerse. Pero la vida,
con su misteriosa justicia tardía, termina reivindicando a quienes actuaron con
rectitud, valentía y amor.
Y por eso, lo repito con serenidad: yo he
sabido de hombres y mujeres dignos que trascienden a pesar de las adversidades.
Porque la dignidad no está a merced del infortunio; la dignidad es más fuerte.
Y el propósito es más grande. Y la luz —la verdadera luz— siempre encuentra la
manera de imponerse
Trascender es vivir de tal forma que, aun
cuando el viento sople en contra, la huella sea indeleble.
Trascender es dejar el mundo un poco más
humano que como lo encontramos.
Y quien vive así, aunque no ascienda,
trasciende. Santo Domingo, Distrito Nacional, 23 de noviembre de 2025.-

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