Por Roberto Fulcar
Durante décadas, gobernar fue gestionar el
presente mientras se hablaba del futuro como una promesa inspiradora y
aplazada. Ese paradigma se agotó. La historia se aceleró, la tecnología
reconfiguró la convivencia, la información circula en tiempo real, y los
efectos de las decisiones públicas ya no se sienten en veinte años, sino en
veinte minutos. Por ello, en el Instituto del Futuro, en centro de pensamiento
que venimos construyendo, vivimos la convicción de que el futuro dejó de ser
expectativa y se convirtió en presencia. El futuro es hoy, ahora y aquí.
Esta afirmación no es una figura
literaria; es verificable empíricamente. La teoría de sistemas complejos
demuestra que microdecisiones generan macroconsecuencias. El cambio climático
evidencia que el pasado habita el presente. La economía del dato convierte una
innovación en fuerza transformadora global en semanas. La variable tiempo dejó
de ser circunstancia y es ya un componente estructural de la gobernanza. Esto
significa que una nación que no anticipa su futuro termina administrando los
daños de su pasado.
Experiencias internacionales demuestran
que el futuro se construye con decisiones de hoy, cada una desde un enfoque
distinto, con realidades distintas y en continentes distintos:
Estonia (Europa) convirtió la
digitalización en política de Estado y hoy identifica, inscribe, vota, firma,
se consulta y participa por vía electrónica, logrando un nivel de eficiencia y
transparencia impensable hace tres décadas.
Uruguay (América del Sur) apostó a la
transición energética como estrategia de soberanía, transformó su matriz hacia
fuentes renovables y convirtió lo sostenible en competitividad.
Ruanda (África) eligió la equidad de
género como fundamento de estabilidad y desarrollo: es hoy el país con mayor
representación femenina parlamentaria y el liderazgo de las mujeres es columna
de cohesión social.
Singapur (Asia) entendió que su recurso
estratégico era humano, hizo de la educación una política nacional continua,
vinculó escuela, industria e innovación y emergió como potencia sin riquezas
naturales.
Nueva Zelanda (Oceanía) redefinió la idea
de progreso incorporando indicadores de bienestar, salud mental y cohesión
social en sus presupuestos públicos, demostrando que cambiar la métrica cambia
la política y cambia los resultados.
Emiratos Árabes Unidos (Medio Oriente)
decidió planificar la economía pos-petróleo antes de agotarlo, invirtiendo en
ciencia espacial, ciudades inteligentes y diversificación económica cuando aún
“no urgía”, de donde puede aprenderse que los mejores futuros se diseñan desde
la abundancia, no desde la carencia.
Se trata de seis países, de seis regiones,
con seis historias diferentes, que apostaron por el futuro desde seis
estrategias distintas. Los une una certeza: entendieron que cada decisión
presente es arquitectura de largo plazo; que gobernar no es reaccionar, sino
anticipar; que la historia no se administra: se conduce.
En política pública, este cambio de
paradigma es determinante. Gobernar no es solo contener los efectos visibles,
sino intervenir en las causas profundas. No es solo administrar demandas, sino
expandir capacidades. No es solo mantener popularidad en lo inmediato, sino
construir legitimidad en lo duradero. La prospectiva —anticipar escenarios, evaluar
riesgos, simular tendencias, escuchar evidencia— no es un lujo académico: es un
deber democrático.
Pero anticipar no significa adivinar el
futuro; significa construirlo con propósito. Implica la ética
intergeneracional: no heredar problemas sin soluciones; no legar precariedad,
desigualdad o destrucción ambiental a quien aún no ha nacido; no hipotecar el
porvenir de quien no pudo votar. Gobernar bien es anticipar. Gobernar con
grandeza es anticipar pensando en los demás. Desde el Instituto del Futuro
afirmamos que planificar desde el presente con visión del mañana, con ciencia,
con ciudadanía y con sentido humano, es la única forma responsable de gobernar
en el siglo XXI si se pretende trascender. Porque el futuro no es azar: es
construcción colectiva.
El futuro es hoy, porque la acción
presente decide la realidad que viviremos. El futuro es ahora, porque la demora
ya ha demostrado tener consecuencias. El futuro es aquí, porque se diseña desde
nuestro contexto, con nuestra historia y nuestras capacidades. En una época en
la que todo cambia, hay una certeza: el futuro no se promete — se gobierna. Y
el tiempo para gobernarlo es este preciso instante.

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