Por Patricia Arache
@patriciarache
Más de 2 mil 500 personas muertas y casi mil secuestros, en menos de ocho
meses, de enero a la fecha, son cifras escalofriantes en cualquier parte del
mundo, al margen de las circunstancias en las que se hayan producido; incluso,
si fuere en una guerra o en un fenómeno de la naturaleza, que arrancase de
cuajo una parte de la tierra. ¡Carajo, eso es mucho!
En la República de Haití, primer país de América en proclamar su independencia,
el 1 de enero del 1804, hombres, mujeres y niños claman por la vida, hasta el
“desgalille”, con los brazos abiertos o colocados en sus cabezas y las rodillas
dobladas.
El clamor es por el hambre, la miseria, la carencia, la desesperanza que
los abate desde hace años, sin que a muchos parezca importarles, y también por
la proliferación del vandalismo y la criminalidad en ese país.
Esa paupérrima parte de la isla La Española encabeza, con el número uno, el
listado de los diez países más pobres de América, con un Producto Interno Bruto
per cápita de 1,560 dólares, que yo considero que hasta mal calculado está, con
el perdón de los expertos en economía.
Un informe del Alto Comisionado para los Derechos Humanos de las Naciones
Unidas recoge la indefensión en la que se encuentran los haitianos, en su largo
calvario de olvidos, golpeos y pisoteos; y asegura que Haití se encuentra “sumido
en una crisis de seguridad sin precedentes”.
Ante esa realidad, abonada desde hace 3 años, cuando fue muerto a tiros, en
su propia residencia, el presidente de ese país Jovenel Moise, el 7 de julio
del año 2021, no queda más que seguir elevando hasta el infinito y más allá el
reclamo para que la comunidad internacional actúe de una vez y por todas, y deje
las continuas alharacas.
Desde hace tiempo, sabemos, porque lo confirman los hechos, que Haití es
una sociedad erosionada, totalmente atomizada, lo que dificulta el
entendimiento y aviva las confrontaciones. Allí, cobra vida y se dimensiona el
refrán popular, propio de los ingenios, que dice que “cada cabeza es un mundo y
cada guardia campestre manda en su batey”.
Por ello, no extraña que desde cualquier callejón o vecindario se erija
alguien con pretensiones de líder y que, como consecuencia del desorden y la
anarquía que ha propiciado la aparente ineptitud de quienes han ostentado
puestos de autoridad, mantengan en vilo a toda la población y a quienes osen
mediar para evitarlo.
Es el caso del ex policía Jimmy Chérizier, conocido como “Barbecue”, a
quien se considera el líder pandillero más poderoso de esa nación.
Barbecue hizo su debut en la palestra pública, en medio de la incertidumbre
por el asesinato del presidente Moise, motorizando acciones de violencia, violaciones
sexuales, asalto a camiones de combustibles, muertes masivas en las calles,
secuestros y el desplazamiento de miles de compatriotas suyos, que debieron
abandonar sus viviendas por temor a ser atacados.
República Dominicana y, particularmente, su presidente Luis Abinader, han
sido firmes y coherentes al esbozar, en foros nacionales e internacionales, su
compromiso en la búsqueda de una solución a la crisis haitiana, que involucre a
la comunidad internacional.
El gobierno de Kenia ha intentado colocar su grano de arena para colaborar
con la institucionalidad en Haití, al proponerse, el pasado mes de julio, para
encabezar una fuerza multinacional para combatir la violencia. Estados Unidos
dice que estudia el apoyo que brindaría en ese sentido.
Anuncios van y anuncios vienen y Haití languidece, con una población
estimada en casi 12 millones de personas, de las cuales, más del 60% vive por
debajo de la línea de la pobreza.
“El umbral de la pobreza en Haití es de menos de dos dólares al día”, ha
dicho la Organización de las Naciones Unidas (ONU). “Esto llora ante la
presencia de Dios”. ¡Subamos la voz!: Haití muere minuto a minuto, frente a los
ojos del mundo. ¡Hay que hacer algo, urgente!
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