Por Miguel Ángel Cid Cid
Será que los candidatos
tienen miedo. Miedo a un discurso que atraiga a los votantes. Quizá, con todo y
la ceguera ellos saben que el slogan despierta interés solo si representa los
intereses comunes de la población. Por eso corren a las tumbas de sus antiguos mentores
en busca de una narrativa coherente. Un fenómeno muy extraño.
El Presidente
Luis Abinader, por ejemplo, dijo en un discurso reciente “qué si Peña Gómez, Juan Bosch y Joaquín Balaguer estuvieran vivos,
estarían apoyando su gestión de gobierno”. El mandatario dijo que, “los tres
lideres siempre defendieron la honestidad en el gobierno. Y este es un gobierno
honesto”.
Pero lo cierto
es que, ni Peña Gómez ni Juan Bosch ni Joaquín Balaguer están vivos. Hace años que los tres
pasaron a otro mundo. Aunque sus memorias siguen palpitando en la sociedad
dominicana, no así en la cabeza de los jefes de los partidos políticos de hoy.
El grito de
Leonel Fernández y el de Abel Martínez, candidatos a la presidencia por los
partidos FUPO y PLD respectivamente, no se hizo esperar. Los dos candidatos
reclaman a Juan Bosch como su más preciada propiedad. Miguel Vargas, por su
lado, dice que Peña Gómez es patrimonio del Partido
Revolucionario Dominicano.
A ciencia
cierta, los derechos sobre Bosch deberán ser compartidos entre los morados y
verdes. La memoria de Peña, por el contrario, les tocará
dividírsela entre perredeístas y perremeistas.
Pero unos y
otros se limitan a reclamar el derecho a citar las enseñanzas más insignificantes
de sus guías ideológicos. Ninguno reivindica, por ejemplo, el valor de imitar
la honestidad y la ética con que —tanto Peña como Bosch— ejercieron la actividad política. Cada
uno a su manera.
En este
barullo me parece ver al dramaturgo dominicano Franklin Domínguez —con una
funda negra debajo del brazo— buscando el hombre
honesto. La búsqueda implacable es para atrapar al hombre, meterlo en la bolsa
y, sin dejarlo salir correr hasta el Museo del Hombre. Y dejarlo ahí para
siempre.
O quizá se
escucha el eco de Ulises Heureaux, el dictador Lilís, queriendo demostrar que
para conocer a Mundito solamente hay que dale un carguito.
En todo caso,
a los líderes dominicanos les puede ir mejor si en vez de buscar el hombre
honesto, o probar la seriedad de Mundito se mudan a la isla Utopía de Tomás
Moro. Pero es probable que en la inducción cambien
de opinión al comprobar que la utopía les salió mal. Se transformó en distopía.
Pero exorcizar
el egoísmo, el rencor, el odio, la avaricia, etc., para que las ideas fluyan
sin contaminación no es asunto del mundo político. Puede suceder que antes de
terminar el proceso de limpieza cerebral esos líderes pidan una nueva migración
a la República Sálvese Quien Pueda. Si es que Franklin Domínguez los deja
entrar.
Pero es
probable que la visión política de Juan Bosch, de Peña Gómez y de Joaquín
Balaguer haya transmutado en el intervalo con las ánimas del purgatorio. La política,
en consecuencia, podrán verla con enfoques contrarios al que le dan sus sucesores.
Quizá ni tan siquiera creen en el partido como instrumento de cambio social.
Lo mejor será
que, dejen la honestidad y la ética de los líderes pasados en su sitio. Que se
enfoquen en ganar las elecciones del 2024. Que no muevan los santos del altar…
En suma, es posible
que retrotraer a esos líderes del mundo de los
muertos al mundo de los vivos, sea un arma de doble filo. Porque en lo que el
hacha va y viene, pueden terminar heridos de muerte.
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