Por Roberto Valenzuela
Fuera
del formalismo de los artistas, políticos, empresarios y otras figuras,
que no sabemos cuándo es demagogia o cuándo dicen la verdad, me puse a escuchar
las sinceras palabras de las personas llanas del pueblo sobre el cantautor
Anthony Ríos.
Hubo
un señor que dijo que cuando fue a la Funeraria Blandino y lo vio en el ataúd,
le pareció que no estaba muerto, sino durmiendo plácidamente. “Los artistas son
especiales, son ángeles: lo vi igual como si tuviera vivo y con la misma
graciosa sonrisa que lo hizo famoso”, dijo el señor.
Una
señora a su lado dijo: “se murió joven, pero gozó su vida: era un villano, tuvo
más mujeres que el Sabio Salomón; nunca hizo daño a nadie, siempre estaba
contento; les mataba el hambre a muchos pobres, era deprendido con el dinero”.
Hubo
un grupo que se quedó en el primer nivel de la Funeraria Blandino haciendo
cuentos y chistes sobre Ríos. Decían que una vez andaba para arriba y para
abajo con una serpiente pistón, su mascota. Y que supuestamente la enseñó a
tomar alcohol (a emborracharse), pero que hubo un momento que no se sabe cuál
de los dos, si la culebra o su dueño, tomaba más ron.
En
realidad, no sabemos donde habrá ido a parar la serpiente pistón: escuché que
creció tanto que el artista no la podía manejar en su casa y que la donó al
Zoológico Nacional.
Particularmente,
me queda la interrogante de porqué Anthony vestía siempre de negro y su mascota
era una culebra. ¿Será misterio, brujería o superstición
de artista?
Una
de las cualidades de Anthony es que era un letrado, un lector voraz: era
probablemente el artista con mayor formación intelectual. Una vez le pregunté
qué tipo de libros me recomendaba para instruirme y me respondió que había que
leer de todo, desarrollando el hábito a la
lectura.
Ríos
contó que se sorprendió que una vez el presidente Joaquín Balaguer le comentó
que tenía muy buenas referencias sobre sus dotes de intelectual y él respondió:
“no tanto como usted, he aprendido de usted, doctor: yo soy su discípulo”.
Balaguer insistió en que le tenía doble admiración: como artista e intelectual;
y lo aconsejó, incluso, a que debía emprender el oficio de escritor de libros.
Luego
de la muerte de su amigo inseparable, el gran artista Luisito Martí, me llamó
la atención una excelente entrevista que le hizo la comunicadora Jatnna Tavárez.
Anthony lloró ante las cámaras, recordando que Luisito es quien le abre la
puerta para recibir la oportunidad de su vida artística, entrando al Combo
Show, que lideraba el popular merenguero Johnny Ventura. Narró que hubo quienes
furiosamente se oponían a que perteneciera al grupo, alegando que un “blanquito,
bonitillo, pelo bueno” como Anthony Ríos
no tenía la chispa, el ritmo en la sangre para bailar y cantar como los
carismáticos negros integrantes de la agrupación. Pero Luisito lo defendió y señaló que había
que darle la oportunidad. Y así fue.
En
fin, honremos con alegría a Anthony Ríos (Floirán Antonio Jiménez), que no
necesitó –ni necesita después de muerto– que ninguna asociación de críticos o
cronistas de arte le haga un reconocimiento. El reconocimiento se lo hizo la
gente cuando llegó a la capital en los años “70” desde un pequeño pueblo de
Hato Mayor; y se convirtió en uno de los artistas más amado y aplaudido en
República Dominicana y el mundo.
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