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martes, 30 de julio de 2019

Carta a un presidente "arrepentido"



Por José Luis Taveras  

Cuando usted dirigió su reciente alocución, señor presidente, no me encontraba en el país. Tan pronto me enteré del anuncio, supuse lo que iba a decir. Sus palabras resultaron un calco de mis intuiciones. Anticipé hasta su sobrio ánimo gestual. La razón es que las puertas se le fueron cerrando una a una en sus narices, como empujadas por un resorte eléctrico. Quedó aislado y sin ventilaciones. Ese discurso fue el último soplo del ahogo.

En las semanas que antecedieron a su mensaje ya la frustración se aposentaba en su despacho. Usted se había quedado sin opciones y tuvo que recogerse. Las fanfarronadas palaciegas empezaban a sonar como gemidos de cachorros y los aprestos congresuales como bofetadas al viento. Con el debido respeto, mi estimado presidente, pero usted tuvo que tragar su insensatez. Ahora no busque culpables por el fiasco del montaje ni aplausos por su honorable desprendimiento.

No tenemos que agradecerle nada por renunciar a un derecho que nunca tuvo. Todo lo contrario, fue usted quien mantuvo a una nación en vilo ociosamente; quien oxigenó desde el silencio esta aciaga intriga. Sí, una cartelera repuesta que nos robó ocupación en asuntos de verdadera pertinencia. No venga ahora a victimizarse ni a sugerirse como acreedor de honras cívicas por haber rechazado una oportunidad constitucionalmente prohibida.

Nunca debió coquetear con lo que no era ni estaba para usted. Con ese necio suspenso, aireado en las sombras de sus codicias, mantuvo en espera decisiones, inversiones y proyectos de todo tipo. El daño es incuantificable. No debíamos estar pendientes de otra expectativa distinta al vencimiento de su mandato y punto. Pero fue usted quien lo hizo difícil al prometer referirse a la reelección en su momento, aun consciente de que no era un asunto de su discreción. Esa era y es una posibilidad cerrada. Sin embargo, usted nos envolvió inútilmente en un juego siniestro de apariencias solo para convencer a su orgullo de que todavía despertaba devociones. Las mismas que necesita ahora para mitigar la soledad que se avecina. Un capricho muy caro para una ambición de lentejuela.

Usted agravió la Constitución impunemente y lejos de inspirar su respeto, como buen demócrata, hizo lo inconfesable para confirmar que esta no ha dejado de ser un papel de desecho. Usted, señor presidente, llegó a la vileza de ponerle precio a la voluntad de legisladores para comprar una reforma constitucional que lo habilitara. No lo logró; no porque no quisiera, sino porque no pudo. Ahora viene a presentarse, según sus palabras, como “un servidor respetuoso de la ley y de la democracia”. ¡Qué pellejo!

Seamos sinceros: usted no pudo pactar esa transacción porque le faltaron vendedores; porque Washington, en el sutil lenguaje diplomático, le dejó, como nota de advertencia, el consabido “protocolo de las consecuencias” para este tipo de pretensiones; porque no pudo armar tempranamente un pacto político de indemnidad; porque encontró una resistencia no calculada. Sobrestimó sus menguadas fuerzas; ahora puede darse cuenta de que el poder es pérfido y que no todo es como le dijeron.

Usted, señor presidente, perdió la batalla; no es digno mostrarse ahora como prócer de una barata villanía y demandar, en esa arrogada condición, el respeto que no tuvo por el país ni por “sus muchachos”, esos aspirantes a nada que se mantuvieron en guardia a la espera de este momento.

No nos presuma idiotas. No todos hemos enajenado nuestros juicios en la subasta de sus antojos. Tampoco reclame reparos por lo que usted califica como una “campaña injustificada y… fuera de todo sentido de proporción y justicia”. Es como llamar agresor a quien responde a un golpe. Y no hablo en nombre de los que usted alude como minoría dentro de su partido, esa facción que a partir de ahora desempolvará de los baúles caducos fingimientos para en nombre de una unidad de corcho pretender otra vez el poder contando con su buena voluntad. Hablo como ciudadano con derecho a exigir la deferencia que usted no tuvo a un mandato constitucional soberano.

Me luce que usted, señor presidente, es un mudo prisionero del encono; lo veo como una fiera hambrienta y herida. Tenga cuidado con sus retaliaciones, que sus cuentas no están muy claras. Salga con humildad y sin lastimar. Deseche las provocaciones de los que en su intimidad le susurren planes vengativos. Recuerde que desde su discurso muchos de sus subordinados empezarán a verlo como expresidente y en breve tiempo usted sufrirá la estampida de viejas lealtades. Entonces comprenderá que el verdadero líder en estas democracias de cartón es el presupuesto y que como ex usted valdrá poca cosa.

A pesar de todo, su aventura dejó algunas lecciones y la más señera fue poner las cosas en su justo lugar en un mundillo arenoso y de simulaciones. En ese sentido me pregunto: ¿dónde pondrán la cara “los empresarios del chucho” esos que según sus palabras le llamaron “preocupados por la posibilidad de que se pongan en peligro los avances económicos y sociales”…? No dude usted de que anden ya merodeando los traspatios de sus rivales políticos tentando la noche. Las mismas caras que desde las tribunas de sus gremios hablan de institucionalidad y en los aposentos negocian su venta. Los que reclaman honores por pagar impuestos y dar empleo; los que pasan facturas y les reclaman a los gobiernos tratos preferentes en nombre de sus cuotas de empleo, de mercado o de sus “títulos nobiliarios”.

Finalmente le digo que requerirá paciencia y valor para rendir cuentas de todo aquello que guardó en su silencio. La sociedad política y la elite de siempre, señor presidente, le consintieron muchos extravíos, desmanes y pecados. No esté tan seguro de que el favor del olvido le tenderá una alfombra de impunidad para un retiro solaz. Usted, señor presidente, dejará más dudas que logros; más preguntas que respuestas. Tendrá que dar muchas explicaciones. Espero que las tenga, porque a cualquier insensato que negocie un pacto de no agresión con usted le irá muy mal. Pronto usted volverá a su verdadera talla y se dará cuenta de lo osado que es el poder. Espero que el futuro lo trate bien. ¡Suerte! Créame que la necesitará.


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