Por Luisana Lora
Melissa no fue solo una tormenta. Fue un
espejo que nos devolvió, sin filtros, la imagen de un país frágil ante los
fenómenos naturales. Desde su nacimiento, los meteorólogos advirtieron su
comportamiento errático, impredecible, casi desafiante. Pero lo que vino
después, más allá de los pronósticos, fue la evidencia de nuestra
vulnerabilidad estructural y humana.
Bastaron horas de lluvia intensa para que
en el caso particular de Peravia se desatara el drama que ya conocemos
demasiado bien. Sectores como 30 de Mayo, La Colina, entre otras quedaron
anegados, con familias que lo perdieron todo, atrapadas entre la crecida de las
cañadas y el desamparo. La tormenta se fue, pero el lodo, la tristeza y la
incertidumbre quedaron en las calles y en los rostros de quienes no tienen más
que volver a empezar.
Melissa volvió a dejar al descubierto un
sistema de drenaje deficiente, un problema que no es nuevo, pero que las
autoridades han preferido seguir parchando en lugar de resolver. Cada lluvia es
una advertencia, pero también una repetición: el agua busca su camino, y cuando
no lo tiene, arrastra con todo.
Y, sin embargo, entre tanto caos, también
emergió la otra cara: la del valor, la entrega y la solidaridad. La Defensa
Civil, la Cruz Roja, el Cuerpo de Bomberos y decenas de voluntarios salieron a
las calles con lo poco que tenían, y lo dieron todo. Su esfuerzo logró que
Peravia no tuviera pérdidas humanas, un logro que no debe atribuirse a la
suerte, sino a la vocación de servicio de quienes se negaron a rendirse ante
las lluvias.
En ese mismo espíritu de respuesta, la
gobernadora Ángela Yadira Báez se mantuvo supervisando personalmente la entrega
de raciones alimenticias crudas y cocidas a los sectores más afectados. De
igual forma, el senador Julito Fulcar y los diputados Willy Sánchez y Carmen
Leyda acompañaron los operativos de asistencia, demostrando que en momentos de
crisis no basta con hablar, hay que estar.
Pero más allá del agradecimiento y del
alivio de no contar víctimas, este fenómeno debe servirnos como una lección
urgente. No podemos seguir actuando solo cuando el desastre ya ocurrió. Baní y
todo el país necesitan una revisión seria y planificada del sistema pluvial y
sanitario, no parches cada temporada ciclónica.
Melissa se fue. Pero su paso nos recordó,
con crudeza, que mientras sigamos dependiendo del azar para sobrevivir,
seguiremos siendo un país que aprende tarde y olvida rápido.
En Peravia no pedimos milagros, pedimos
planificación. Porque cada lluvia que pasa sin acción es una historia que
volveremos a contar desde el lodo.

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