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viernes, 28 de diciembre de 2018

Ramón Murphy, más allá del bien y del mal



POR ROLANDO ROBLES       

Es muy cierto que la vida resulta extremadamente breve, como ya dijera un amigo en su funeral. Y no es menos cierto que ciertas personas, como él, aun muriendo, siguen gravitando sobre todo el que estuvo a su alrededor.

Por lo general, la razón para esta persistencia post mortem, no está en que el personaje ido, haya sido mas o menos “buena o mala gente”. Ellos van a perdurar en la memoria de sus dolientes, por la impronta que dejaron, por la obra realizada. Y está claro que el término “doliente” no implica, en modo alguno, una relación filial.

Por ésto último, me arriesgaré a tratar de interpretar a todos y cada uno de los que -de alguna manera- interactuamos en la vida de Ramón Murphy. Y creo que lo puedo hacer con propiedad, porque conocí tanto a su familia, como a sus amigos y relacionados de negocios.

Pero antes de pasar balance al legado de este singular combatiente de la vida, es necesario hacer una precisión. Digamos que los seres humanos, siempre se van a clasificar en dos grandes grupos: los que critican y los que construyen.

Los que esperan la llegada del alba y se quejan de lo frío de las mañanas y hasta de lo radiante que está el sol; y los que salen presurosos, azada al hombro, al encuentro del amanecer en el surco.

Ramón militaba sin dudas, en el segundo batallón, en el de los que se arriesgan y toman partido. El de los que se equivocan y corrigen el rumbo sobre la marcha; y si algo les sale mal, vuelven a intentarlo, porque su motivo para vivir, es exactamente eso, luchar hasta el final de la vida.

No se agrupó junto a los que siempre pretenden “mejorar lo que otros hacen”, pero nunca son “capaces de hacer nada bien por ellos mismos”; esos cobardes que intentan “perfeccionarlo todo”, pero jamás consiguen “crear nada”.

Este sello distintivo de su personalidad, es lo que nos obligará pensar en él siempre en tiempo presente. Nos empuja a asociar su nombre al esfuerzo continuo, al tesón, a la persistencia. Pero sobre todo, a reconocer, que al margen de sus logros, Ramón fue un monumento viviente al optimismo.

Esa euforia por la vida, la familia, los amigos, la bodega y por todo lo que se relacionaba con su persona, es quizás, la causa primera de su partida temprana.

Hoy, que se nos adelantó en el viaje final, podemos identificar sus grandes pasiones. Los motivos que tuvo para vivir la vida sin pausa alguna. Por ellos, por lograrlos, acumuló sus días de vacaciones; para tomarlos todos juntos.

El primero, la familia. Ese íntimo capricho del corazón que nos consigna a transitar por el camino real y siempre rechazar las veredas y atajos éticos. Ese compromiso que se contrae con uno mismo y nos obliga a nunca dejar lastre que pueda afectar la herencia moral de nuestros hijos.

El segundo, la superación personal. Una disposición particular de buscar permanentemente “la verdad”, hacía de Ramón un investigador nato. Y por qué no decirlo, un polemista de pasión intensa. “Hábleme de tal cosa”, era el estribillo que seguía a su siempre jovial saludo.

Y, un tercero, la Asociación de Bodegueros de Estados Unidos (ASOBEU) En ella invirtió Murphy una buena parte de sus mejores años. Su sueño era construir un instrumento de lucha efectivo, para el bienestar propio y de sus aliados.

Pero este retrato limitado de ese indomable luchador, no estaría completo si no se consigna la presencia, dócil y enérgica a la vez, de doña Carmen, su esposa, aliada, consejera y amante eterna. En ella descansó, en gran parte, esa imagen tesonera y combativa de Ramón Murphy.

Buen viaje guerrero, donde quiera que esté y por favor, resérveme un asiento a su lado.

¡Vivimos, seguiremos disparando!











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