POR ROLANDO ROBLES
Es muy cierto que la vida resulta extremadamente breve, como ya dijera
un amigo en su funeral. Y no es menos cierto que ciertas personas, como él, aun
muriendo, siguen gravitando sobre todo el que estuvo a su alrededor.
Por lo general, la razón para esta persistencia post mortem, no está
en que el personaje ido, haya sido mas o menos “buena o mala gente”. Ellos van
a perdurar en la memoria de sus dolientes, por la impronta que dejaron, por la
obra realizada. Y está claro que el término “doliente” no implica, en modo
alguno, una relación filial.
Por ésto último, me arriesgaré a tratar de interpretar a todos y cada
uno de los que -de alguna manera- interactuamos en la vida de Ramón Murphy. Y creo
que lo puedo hacer con propiedad, porque conocí tanto a su familia, como a sus
amigos y relacionados de negocios.
Pero antes de pasar balance al legado de este singular combatiente de
la vida, es necesario hacer una precisión. Digamos que los seres humanos,
siempre se van a clasificar en dos grandes grupos: los que critican y los que
construyen.
Los que esperan la llegada del alba y se quejan de lo frío de las
mañanas y hasta de lo radiante que está el sol; y los que salen presurosos,
azada al hombro, al encuentro del amanecer en el surco.
Ramón militaba sin dudas, en el segundo batallón, en el de los que se
arriesgan y toman partido. El de los que se equivocan y corrigen el rumbo sobre
la marcha; y si algo les sale mal, vuelven a intentarlo, porque su motivo para
vivir, es exactamente eso, luchar hasta el final de la vida.
No se agrupó junto a los que siempre pretenden “mejorar lo que otros
hacen”, pero nunca son “capaces de hacer nada bien por ellos mismos”; esos
cobardes que intentan “perfeccionarlo todo”, pero jamás consiguen “crear nada”.
Este sello distintivo de su personalidad, es lo que nos obligará
pensar en él siempre en tiempo presente. Nos empuja a asociar su nombre al
esfuerzo continuo, al tesón, a la persistencia. Pero sobre todo, a reconocer,
que al margen de sus logros, Ramón fue un monumento viviente al optimismo.
Esa euforia por la vida, la familia, los amigos, la bodega y por todo
lo que se relacionaba con su persona, es quizás, la causa primera de su partida
temprana.
Hoy, que se nos adelantó en el viaje final, podemos identificar sus
grandes pasiones. Los motivos que tuvo para vivir la vida sin pausa alguna. Por
ellos, por lograrlos, acumuló sus días de vacaciones; para tomarlos todos
juntos.
El primero, la familia. Ese íntimo capricho del corazón que nos
consigna a transitar por el camino real y siempre rechazar las veredas y atajos
éticos. Ese compromiso que se contrae con uno mismo y nos obliga a nunca dejar
lastre que pueda afectar la herencia moral de nuestros hijos.
El segundo, la superación personal. Una disposición particular de
buscar permanentemente “la verdad”, hacía de Ramón un investigador nato. Y por
qué no decirlo, un polemista de pasión intensa. “Hábleme de tal cosa”, era el
estribillo que seguía a su siempre jovial saludo.
Y, un tercero, la Asociación de Bodegueros de Estados Unidos (ASOBEU)
En ella invirtió Murphy una buena parte de sus mejores años. Su sueño era
construir un instrumento de lucha efectivo, para el bienestar propio y de sus
aliados.
Pero este retrato limitado de ese indomable luchador, no estaría
completo si no se consigna la presencia, dócil y enérgica a la vez, de doña
Carmen, su esposa, aliada, consejera y amante eterna. En ella descansó, en gran
parte, esa imagen tesonera y combativa de Ramón Murphy.
¡Vivimos, seguiremos disparando!
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