Por Miguel Ángel Cid Cid
Cuando las escuelas públicas eran escasas y era casi
imposible acoger la población en edad escolar, cuando los profesores recibían
salarios de miseria, etc. Entonces, las escuelitas de patio resolvían, en
parte, las deficiencias. Eran un respiro económico.
La deficiencia de planteles escolares parecía
insuperable por parte de gobierno. La precariedad se extendía por igual al
cuerpo docente. Las consecuencias en las comunidades rurales eran catastróficas.
Sin que lo anterior implique que las zonas urbanas rebosaban de centros
educativos. Para nada.
Los barrios, repartos y urbanizaciones de la época
aventajaban a las secciones y parajes porque a nadie se le ocurría instalar un
colegio privado en el campo. En cambio, las tramas urbanas tenían colegios
grandes y chiquitos, caros y baratos. El descuido en el sistema de educación
pública hizo cada vez más rentables las ofertas privadas.
Para que se tenga una idea de la precariedad, un
centro escolar cubría un área tan extensa como poblada. La escuela Benigno
Filomeno de Rojas, ubicada frente a la Catedral Metropolitana “Santiago
Apóstol” y el Parque Duarte (antiguo central), por ejemplo, abarcaba La Joya,
Baracoa, centro histórico, Bella Vista, Pastor, Pekín y La Yagüita.
La Escuela Colombia, como también la llamaban,
incluía a Nibaje, Villa Jagua y parte de La Herradura. En ese mismo perímetro
hoy existen cerca de ocho centros con tandas extendidas. Sin contar los
colegios privados.
La carencia de profesores, sumado a los salarios de
miseria que devengaban, agudizaba aún más la crisis. Tenían que conformarse con
salario mínimo. A sabiendas que una buena proporción de estos no alcanzaban
—más en lo rural— ni tan siquiera a ser bachilleres.
Para perpetuar la calamidad del sistema educativo
los niños, para ser aceptados en las escuelas debían tener 6 años cumplidos.
Todo este panorama sombrío generó lagunas en el plano técnico-metodológico del
estudiantado. También justificó la proliferación de las escuelitas de patio
(Escuelitas Particulares).
La escuelita
¡Qué-qué! Qué usted nunca estuvo en una escuelita de
patio. Entonces sucedió una de dos: primero, lo inscribieron en la escuela a
los 7 años de edad; segundo, nació después del año 1994.
Y tomo de referencia el año 1994, porque en el
periodo 1992-2002 se puso en marcha el primer Plan Decenal de Educación de la
República Dominicana. Lo que quiere decir que, en 1994 el programa estaba en la
etapa de consolidación.
Para los fines del Plan Decenal se consensuaron en
el proceso de consultas los objetivos básicos siguientes:
Reformar el currículo para mejorar la educación
Mejorar la condición docente
Reformar la institución para lograr mayor eficiencia
Fomentar la participación de la comunidad en la
gestión educativa
Lograr que la educación reciba el 2% del PIB
Una observación somera a posteriori bastaría
para saber que los propósitos propuestos —en su mayoría— se superaron con
creces. Sólo la mezquindad no logra verlo.
Los resultados de este primer Plan Decenal dieron al
traste con la proliferación de escuelitas de patio hasta desaparecerlas.
La escuelita era una opción para adelantar la
alfabetización antes de llegar al sistema formal de educación. Como se dijo
arriba, los niños debían tener 6 años cumplidos para que el sistema formal los
inscribiera en primero de la primaria. Porque en la época eran desconocidos los
niveles de Párvulo, kindergarten o Preescolar.
El ingreso a la escuela antes de los 6 años, por
derivación de lo anterior, se hacía innecesario. Porque los niveles Párvulo, kindergarten
o Preescolar son los responsables de modelar las funciones motoras de los
niños.
Aclaro que la palabra kindergarten significa
en español: jardín de infancia, guardería o parvulario.
Las debilidades señaladas antes vienen a ser
suplidas —en parte— por las escuelitas de patio. Y digo en parte porque estos
centros informales sólo se ocupaban de ensenar a leer e inducir los
comportamientos cívicos necesarios.
Los casos de escuelitas impulsadas por profesoras
que tenían su plaza en el sistema formal de educación eran comunes. Las que
tenían esta condición solían tener mayor clientela. Si. Porque luego estas
maestras servían de garantía para que el niño fuera admitido en la escuela
pública. Recuerde que estas eran pocas.
Había niñas, inclusive, que las inscribían en
segundo o tercer grado de primaria debido a que la maestra de la escuelita las
recomendaba. Lo que significa que de manera velada el sistema estatal las
asumía como una opción válida.
Las escuelitas eran, además, el centro de
entrenamientos para las profesoras en el arte de la pedagogía. Estas, no
obstante, ya eran expertas en otro arte, en el arte y método conocido como la
“pedagotabla”, consistente en lograr la atención del estudiante a golpe de
regla. Las reglas de un metro las fabricaban de tablas de madera.
El doble pley se consumaba debido a que las
profesoras se granjeaban —con la escuelita— un ingreso adicional al salario de
miseria que recibían.
La escuelita tradicional caló tanto que, Freddy
Beras Goico (1940-2010) escribió un libreto para una comedia que todavía hoy
conserva vigencia. “La Escuelota”, es sin dudas, una comedia icónica, una
sátira de la escuelita.
El tiempo impuso su paso infalible. El Plan Decenal,
tras la eficiencia de una y otra versión, terminó integrando la función de las
escuelitas al sistema formal de educación pública.
Pero como el reciclaje puede aplicarse a prácticas
distintas, las escuelitas mutaron a la modalidad de Sala de Tareas. Se
adaptaron para ofertar servicios a los estudiantes con problemas de retraso en
el conocimiento.
El engaño ha existido siempre. Es una enfermedad
familia de la cleptomanía. Por tanto, eran muchos los que enviaban sus hijos
durante meses sin pagar un chele. Se las pasaban haciendo cuentos hasta que
dejaban de enviar el muchachito.
Con todo y el engaño, las escuelitas resolvían una
irresponsabilidad del gobierno. Enseñaban a los niños y garantizaban un
paliativo a la economía hogareña.
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