Por Miguel Ángel Cid Cid
Eran la seis de la tarde, el día transcurrió tranquilo, nada fuera de
lo normal. Zeneyda, mi hermana, levantó la cabeza y preguntó, ¿quieren hacer
una sopita boba? Austria, mi otra hermana respondió positivamente. Yo por mi
parte le dije, vamos a ponerle un “chin”
de carne de pecho de res para que no sea tan boba, y así se hizo. Zeneyda, que
tenía varios días de poco comer, esa fatídica noche consumió abundante caldo.
… /…
Zeneyda, era la mayor de mis hermanas después de Nilva. Aunque ella
vivió enferma casi toda su existencia, tenía un deseo de vivir como ninguna
otra persona. Sufría de artritis, desviación en las rodillas, y la columna
vertebral. También, padecía miopía crónica y tenía problemas respiratorios
acompañados de algunos males digestivos y gástricos. La lista es larga, mejor
la dejo hasta ahí para no cansar.
A su pesar, Zeneyda practicaba ejercicios estacionarios para controlar
su propensión a engordar. Tenía una bicicleta estacionaria, misma que ahora es
utilizada por varios miembros de la familia, principalmente mi sobrino Gregory.
Aunque la sopa no la preparó ella, Zeneyda cocinaba “bueniiiisimo” y desde su asiento, donde
estuvo postrada los últimos meses de vida, ella supervisaba la cocina. Era
frecuente escucharla preguntar, cuántos dientes de ajo majaste, échale los dos
ajíes y todo el “recaito” junto al
apio.
Todas las mañanas, Zeneyda hacia la lista para comprar en el colmado.
Francisco, el “colmadero”, la conocía
por su peculiar forma de ordenar los productos de su preferencia. Las órdenes
de compra de ella decían:
-- Mándeme una cebolla grande;
una berenjena grande; un ají grande; 20 pesos de “recao”, apio y cilantro que
sean bonitos --, escribía Zeneyda.
El propietario del colmado decía “a
Zeneyda todo le gusta grande y bonito”, ella en cambio, afirmaba que “si no aclaraba como quería la mercancía, en
el colmado le enviaban lo peor para salir de eso”. En ocasiones, cuando las
mercancías del colmado eran pequeñas y de aspecto feo, Francisco se resistía a
enviársela a Zeneyda, por temor a que fueran devueltas.
… /…
En mi casa, es costumbre que cuando se hacen caldos para cenar, al día
siguiente casi todos desayunamos con el que quedó de la noche anterior. Así
pues, cuando Zeneyda concluyó su degustación le pregunté, ¿Zeneyda, quieres que
te guarde un poco para el desayuno de mañana? Su respuesta fue categórica.
-- ¡No!, yo no quiero desayunar
con sopa --, afirmó y se fue a acostar.
Eran las 8:30 de la mañana y Zeneyda no se había levantado ni dado
visos de estar despierta, cosa poco común en ella. Austria se apresuró a
llamarla, --Zeneyda, Zeneyda, Zeneyda--,
clamaba Austria.
Poco conforme, Austria entró a la habitación y la zarandeó, luego tomó
su mano izquierda que colgaba de la cama al piso, entonces exclamo:
-- ¡Miguel Ángel!, ven a ver,
Zeneyda está “friiita” --, dijo.
Yo entré más calmado, levante su mano y traté de tomar su pulso. Al no
sentir ningún movimiento le dije a Austria, ve y dile a Wilfredo que venga para
que la examine.Wilfredo es médico, esposo de Nilva y vive en el frente de mi
casa, él está capacitado profesionalmente para hacer un diagnóstico y de paso
la tensión disminuye.
El doctor Wilfredo Almonte levantó, igual como hice yo, la mano
izquierda de Zeneyda, tomó su pulso, guardo silencio unos
segundos, que me parecieron horas, y exclamó.
-- ¡Oh, pero Zeneyda está
muerta, como ustedes no se dieron cuenta! --, Wilfredo siguió sin caer en
la cuenta de que yo estaba “matando el
tiempo”.
-- Y tan animada que estaba ella
anoche, comió mucha sopa, por eso es que la gente dice que “todo el que se va a
morir se alienta” --, rezó Austria entre sollozos.
Luego vino todo el ritual típico de la muerte.
Miguel Ángel Cid
Twitter:
@miguelcid1
17mayo 2018
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