Por Domingo Matía
Una ciudad donde predomina el valor de cambio (plusvalía) por encima del
valor de uso (bienestar colectivo) y donde, por un lado, la dinámica de
inversión de infraestructura urbana está dirigida por el actor privado, y por
otro lado, el actor público no dispone de políticas públicas de gestión de
ciudad no puede haber ciudad sostenible.
Un arquitecto urbanista podría decir que “faltan drenaje, áreas verdes,
sistema de recolección de residuos sólidos”, yo diría que sí, pero no solo eso.
Es que quien manda y aporta el desorden en la ciudad es el circuito de capital,
expresado en grandes empresas constructoras, inmobiliarias y el sistema
financiero que enredan y estafan a la población construyendo dónde quiera y
cómo quiera, sin regulación.
El sector privado en el afán de lucro pone ritmo acelerado a la capacidad
de carga ambiental y pone presión a la demanda de servicios públicos, uno de
estos el drenaje pluvial.
También, cuando hay inundaciones en barrios cercados a ríos y cañadas, es
porque los asentamientos urbanos desplanificados ocuparon el espacio natural
del relieve. No es el río que inunda, es la gente que ha ocupado el espacio del
río o de la cañada. Y aquí viene el tema de la segregación social y residencial
como la madre de ese problema, porque los buenos suelos los ocupan quienes
tienen mayor poder adquisitivo y los de peor calidad son para asentar o ser
ocupado por los pobres. El valor del suelo es el que determina la localización
de las clases sociales. Entonces el derecho a la ciudad deviene en una mentira.
En RD tenemos decenas de planes urbanos, pero no hay un sólo ayuntamiento
que lo esté aplicando. Y cuando el Gobierno central interviene la ciudad
lo hace de modo reactivo y sin planificación.
Finalmente, mientras la desregulación urbanística, la irresponsabilidad
pública y el valor de cambio, creador de plusvalía, siga dirigiendo el
destino de la ciudad no tendremos objetivo de desarrollo sostenible alcanzado y
ciudades sin la más mínima capacidad de resiliencia.
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