Por Manuel Volquez
Las llamadas “enfermedades profesionales” son
el enemigo principal de los periodistas que ven en la obligación de acudir al
pluriempleo para garantizar mejores entradas económicas, vivir con dignidad y
evitar menos riesgos de caer en la indigencia.
Se entenderá por enfermedad profesional la
contraída a consecuencia del trabajo ejecutado en las diferentes actividades y
categorías ocupacionales.
Factores como los bajos salarios y las
múltiples obligaciones familiares, los incontrolables gravámenes impuestos por
el Estado dominicano reflejados en el consumo masivo de los diversos productos
de primera necesidad, a través del gran comercio, la impotencia de tener una
vivienda para sus hijos, incapacidad adquisitiva para satisfacer los problemas
de la familia, generan tensiones que finalmente terminan en enfermedades
catastróficas, en un derrame, un infarto y hasta en el suicidio.
A fin de cuenta, y es lo lamentable, ese cuadro
de problemas a quienes beneficia es a los médicos, las compañías reaseguradoras
(ARS), los centros hospitalarios privados y las industrias farmacéuticas en
complicidad con el Estado que les abre las puertas a esos sectores para que
acumulen riquezas a cuenta de los pacientes que ya están a punto de entrar al
sepulcro y que, sin embargo, son entretenidos con estudios y recetas médicas
que no preservarán la vida, sino que la agravan, hasta que el cuerpo no resista
más el bombardeo constante de medicamentos de mala calidad, en gran parte
falsificados, y sucumba finalmente en los brazos de la muerte.
Las enfermedades profesionales convierten a las
personas, especialmente a los periodistas, en vegetales, y en rehenes de los
médicos, de las famosas Aseguradoras de Riesgo de Salud (ARS), los centros
clínicos y las industrias farmacéuticas. Estos sectores viven de las
enfermedades catastróficas, pues mientras más enfermos existan, más beneficios
económicos y ascendencia social obtendrán. Nos convertiremos en rehenes hasta
la muerte, tan pronto entramos al consultorio y nos evalúen. A partir de ese
momento, empiezan las ganancias financieras para el médico, la clínica, las
compañías farmacéuticas y las ARS. Con razón los consultorios siempre están
llenos de pacientes con las manos ocupadas por sobres gigantes repletos de
exámenes de laboratorios.
Ignoraba todas esas cosas hasta que encontré un
libro titulado “La mafia médica”, escrito por la doctora Ghislaine Lanctót,
nacionalidad canadiense, quien describe magistralmente cómo opera esa red, al
extremo incluso de que le cancelaron el exequatur por las graves denuncias
contra ese poder. Aprendí en ese instante la importancia de la llamada Filosofía
de la Ignorancia que afecta a cada ser humano-Aunque en la evaluación salgamos sanos, el médico
(no son todos, hay que ser justo) no nos dejará salir del consultorio sin antes
indicarnos un estudio, como medida preventiva, la mayoría de los casos costosísimos,
aunque no se necesite.
Es la forma de cumplir con el centro médico
donde tiene rentado un espacio para su consultorio, sobre todo si hay de por
medio un buen seguro. Algunos son tan inhumanos que le cobran al paciente sumas
elevadas por las consultas, aunque el seguro no lo contemple. Y si el rehén,
digo el paciente, no está asegurado, entonces el festín será mejor porque
aprovechará la desesperación de su víctima en la lucha por no morir y los
familiares hipotecarán hasta la respiración para preservar esa vida.
Y por último, a manera de tiro de gracia,
algunos médicos le cobrarán al paciente por ver nueva ves los resultados del
estudio y emitir su opinión al respecto. Pero antes obligarán al paciente a
solicitar una nueva cita y a pagar otra vez en caja los benditos derechos a ver
esos resultados. Así funcionan las cosas y nada pasa.
Continuará….
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