POR ROLANDO ROBLES
No sé desde cuándo se han acuñado estos términos, pero entiendo que la
gente sabe perfectamente sus similitudes y significados. Aun y cuando hay
personas que los usan de forma indistinta, existen notables diferencias en cuanto
a su alcance e implicaciones. Especialmente en el ámbito político y social.
El asunto viene a cuento porque cada 30 de mayo se repite -casi como
un rito de iglesia- la recordación de la muerte de Rafael Leónidas Trujillo,
ese diablillo que todavía permanece en la conciencia nacional, alojado como
huésped perenne en nuestras mentes.
Porque en cada dominicano habita un “trujillito”, tanto en sus
ejecutores (que fueron unos pocos) como en sus dolientes (que no son pocos) y entre
los que solo conseguimos sobrevivir a la Era (que somos muchos más que los dos
juntos). Y en medio del fetichismo que conlleva su recordatorio, intentamos
pasar revista y comparar los tiempos; establecer ¿qué hemos ganado y cuánto
hemos perdido con la desaparición del tirano?
Lo interesante de este 57 aniversario de la partida física de
Trujillo, es que nos llega en un momento de repunte inducido del
conservadurismo autoritario que nos dejó. Hoy, una cantidad de dominicanos indeterminada
aún, se hace presente en el escenario político- principalmente en Estados
Unidos- promoviendo la candidatura imposible por ahora, del nieto del
generalísimo.
Y no es porque quieran volver a la barbarie del trujillismo pleno y
activo sino, porque no ven salida posible a los males que acosan a la sociedad
actual. Algo que entienden perfectamente, hasta los más recalcitrantes de
pensamiento, que suelen actuar -en ciertas ocasiones y paradójicamente- como los
más radicales de acción.
Pienso que debo haber leído unas cuarenta veces, las viejas y
reeditadas notas de los periódicos, sobre la persecución de los matadores del
hijo de San Cristóbal. Y siempre se destaca, aunque sin pretenderlo, que los
que bajaron a la avenida aquella noche de mayo al encuentro con la gloria, fueron
verdaderos “ajusticiadores”; mientras que los que cobraron la deuda histórica
generada por el hecho, eran solo vulgares “asesinos”.
Yo, que para entonces tenía trece años, pensé que esos asesinos que
mataron al Jefe, “estaban bien matados”. Pero la fuerza de los hechos y sus
consecuencias, acompañadas de los razonamientos confidenciales de mi padre
Ramón Robles, me fueron haciendo cambiar de parecer. Nunca olvidaré aquella
sentencia del Viejo, mientras hacíamos el mabí que, junto a los helados de
batata, eran la fuente primera de subsistencia familiar.
Supongo que sería el lunes siguiente al magnicidio, cuando mi papá me
dijo, junto a la barrica de envejecimiento del mabí, una frase que desde
entonces me ha estado dando vueltas en la cabeza: “Machón, mataron al Jefe, como usted ya sabe; lo que no sabremos nunca
es si habrá sido para bien o para mal”.
Con esta sencilla frase, a manera de premonición, dejó mi Viejo
encendida en mí, la llama permanente de la duda. Hoy, sesenta años después de
los hechos, sigo mirando con suspicacia el derrotero que tomó la República. Y
me pregunto una y otra vez: ¿hasta qué punto tendría Ramón Robles razón? ¿De
qué nos ha servido haber decapitado el régimen trujillista?
Pero volvamos a los días siguientes al acontecimiento del siglo, a ese
30 de mayo que nos marcará por siempre. El primer incidente de carácter
público, fue la muerte del teniente Amado García Guerrero, el día 2 de junio.
Siendo el único conjurado que no pertenecía a la élite gobernante y quizás el mas
joven, era de esperarse que se convirtiera en el héroe de la muchachada del
momento. Y así fue.
Personalmente, yo solo reparé en él, cuando escuché la historia sobre
la forma tan dramática en que lo envolvieron en la maquinaria de terror del
trujillato y cómo eso lo empujó a formar parte de la conjura. Su tía, doña
América, dueña de la casa donde fue ultimado Amadito, afirma que cuando los
agentes del SIM llamaron a la puerta: “él
abrió y de inmediato les entró a tiro limpio”, matando a dos de ellos. Este
testimonio invalida totalmente la versión de que fue asesinado.
Dos días más tarde, también cayeron Juan Tomas Díaz y Antonio De La
Maza, los dos principales protagonistas de la conjura. El hecho se registró en
la avenida Bolívar con calle Julio Verne de Ciudad Trujillo. Los reportes
cuentan que, sabiéndose descubiertos, los conspiradores pidieron al conductor
del carro público en que viajaban, que se detuviera y a seguidas, enfrentaron a
los seis miembros del SIM.
En este caso se puede inferir que, hasta en las peores circunstancias
para sus vidas, los dos cabecillas de la trama actuaron con responsabilidad y
no pusieron en peligro la vida del infeliz chofer que los transportaba, ajeno
quizás, a la identidad de sus pasajeros. Al igual que el teniente García, De La
Maza y Díaz, también decidieron “morir con las botas puestas”; como mueren los
héroes, como debe ser.
Lo que es inaceptable, es que, hasta el periódico vocero del partido
de gobierno, catalogue estos dos acontecimientos como “asesinatos”, cuando en
realidad, los tres valerosos conjurados “cayeron en combate”, en el combate que
ellos eligieron. A contrapelo, todos los otros confabulados fueron apresados
con vida, aunque posteriormente, fueron asesinados por el hijo del sátrapa,
Ramfis, en un festín de cobardía y perversidad, que nunca podrá ser justificado
ante la historia.
Quise airear este tema, porque el trujillismo, como “esperanza última”
para los dominicanos menos activos en política, está escalando peldaños entre
la comunidad del Exterior. Todavía no constituyen un peligro para la clase
política, pero es solo cuestión de tiempo, para que alcancen el 5% de los votos.
Para cuando eso suceda, ya estaremos en “tierra de nadie”.
Si realmente los dominicanos creen que el nieto de Trujillo pudiera ser
una fuente de poder y pretenden llevarlo hasta la presidencia del país,
nosotros no debemos simplemente, apoyarlo o combatirlo. La única labor seria y
dominicanista, es propiciar la discusión franca y objetiva de los hechos que
hoy tienen categoría histórica, y no festinar el conocimiento racional de tales
acontecimientos, sumándonos a los bandos que, irracionalmente los distorsionan.
Los anti trujillistas, una vez consumado el magnicidio y expulsado del
país el doctor Balaguer, procedieron a repartirse el patrimonio perteneciente
al pueblo dominicano. Archivaron la ley 5785 que promulgó Balaguer (enero 3, 1962)
y que reclamaba para el Estado todos los bienes de la familia y de los socios
de Trujillo; mientras el oligarca Rafael Bonnelly, sustituto de Balaguer en el
Consejo de Estado, dictaba la ley 5880 (mayo 4,1962), que penaba, hasta
pronunciar el nombre de Trujillo. La intención estaba clara: robarse todo lo
que dejaron los Trujillo; y bien que lo lograron.
Con un escenario de confusión histórica generado por la oligarquía
cívica, para esquilmar el Estado, por una parte; y por la otra, el neo
trujillismo que se aprovecha del desorden social, la inseguridad ciudadana y la
invasión haitiana existentes, se impone que las fuerzas democráticas promovamos
un debate serio, sobre los roles que han jugado estos sectores.
Reza el viejo dicho que: “los
pueblos siempre tienen los gobiernos que se merecen”, especialmente si
contamos con una plutocracia tan grosera, como la que nos gastamos. Si no es
así, pregúntese usted: cómo fue que la naciente oligarquía nacional, que se
dividió en dos bandos contrarios en las elecciones de diciembre 20 de 1962que
ganóJuan Bosch; apenas siete meses después, se unifica(los trujillistas y los
cívicos), para producir el golpe de Estado.¿Hay o no hay
doble moral?
Trujillo murió en la avenida aquel 30 de mayo, pero el neo trujillismo
tomó vigencia en la mente de sus herederos políticos y de sus enemigos, que no
quieren perder el botín de guerra.
¡Vivimos, seguiremos disparando!
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