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viernes, 1 de junio de 2018

Que no te maten



Por JUAN T H

Mi hijo Pablo fue atracado a punta de pistola cuando apenas tenía 16 años, saliendo del  Club Los Prados donde jugaba baloncesto. Imagínense el trauma de un adolescente que ve un arma de fuego sobre su cabeza para quitarle un celular.

Ir a la Policía para formular la denuncia no tenía sentido. Se trata de un hecho cotidiano, solo que en ocasiones termina en tragedia.

Suelo decirles a mis hijos que entreguen pacíficamente todo cuando le pida un asaltante, porque lo único verdaderamente valioso, irrecuperable, es la vida.

-No dejen que los maten por algo que al fin y al cabo se puede comprar en algún momento, porque la vida no la venden en ningún lugar- les digo frecuentemente. Y me lo digo a mí mismo que en ocasiones me torno irreflexivo.

Hace unos días mi entrañable amiga y colega Ana María Ramos me informó que unos capos le robaron su vehículo, una maleta llena de prendas de su tienda y tarjetas de crédito, entre otras cosas de valor. Todavía no sale del susto.

Fue a la Policía. Espero que no haya perdido su tiempo.

Una hija de unos amigos fue atracada y cuando llegó al destacamento policial más cercano, el agente que recibiría la querella era precisamente el que momentos antes había cometido el delito. Dio media vuelta y se marchó sigilosamente sin dejarse ver.

En un porcentaje muy alto, en los atracos, crímenes y demás delitos, participan agentes de la policía y militares. Los ciudadanos no sabemos si el  policía que nos detiene es un atracador o si el atracador es policía, que,  como dice Silvio, “no es lo mismo, pero es igual”.

En estos momentos nadie está seguro en ningún lugar, ni en los hogares, salvo los políticos y funcionarios que tienen escoltas de militares armados hasta los dientes.

En los barrios “carenciados” (muy pobres) abundan los “Ni-Ni”. Jóvenes que ni estudian, ni trabajan, que no tienen más opción que la drogadicción, el micrográfico y el crimen. Los puntos de drogas están en todos los barrios protegidos por agentes policiales o militares. Esos muchachos no le tienen ningún aprecio a la vida. Están deshumanizados. Por eso matan con tanta facilidad. Se convierten en sociópatas.

Un profesor fue detenido por dos atracadores en una motocicleta. Le entregó todo cuanto tenía. “Mira el teléfono caravelita que tiene; ta bueno para matarlo”, dijo uno. Y el otro, sin más ni más ordenó: “dale un tiro”. Dicho y hecho, el educador anda hoy en una silla de ruedas por el resto de su vida.

El gobierno de Leonel Fernández prefirió “pagar para no matar”, según confesó. El de Danilo utiliza la delincuencia, la marginalidad y la pobreza con un sentido político para anular las luchas populares.

Los jóvenes de esos barrios no protestan porque están demasiado enfermos por las drogas y la ignorancia. Son el despojos de la sociedad. Como dice René, de Calle 13, son los que “descuidó el presidente”. No es casual que quienes atracan y matan apenas tienen entre 18 y poco más de 20 años.  La Policía los caza como palomas en “intercambio de disparos”,  sin que nadie los reclame. No le duelen a nadie. Si no los matan, un juez lo condenará a 30 años de cárcel.

El responsable de esta ola de atracos, crímenes y delitos no es otro que el gobierno,  que habla  de una  riqueza que se queda en manos de políticos corruptos y de algunas familias poderosas.

En lo que se resuelve el tema de la delincuencia –si es que se resuelve-, usted, amigo, amiga, niño, niña, joven o viejo, deje que lo atraquen, pero no deje que lo maten.

Los delincuentes han ganado las calles. Ninguna autoridad puede o nadie quiere detenerlos.


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