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lunes, 18 de junio de 2018

¿Para qué vamos al Consejo de Seguridad?



POR ROLANDO ROBLES           

Como nos embarga la euforia, casi justificada, por haber logrado ese tan ansiado puesto en el Consejo de Seguridad de la ONU, no voy a tratar de “aguarle la fiesta” al gobierno de Danilo Medina, buscándole la quinta pata a un gato que todos sabemos que ni siquiera tiene cuatro.

Más bien trataré de poner en el contexto histórico, el alcance de este logro del Gobierno dominicano, que ha estado haciendo causa común con USA, desde que el presidente F. D. Roosevelt acuñó el término de “naciones unidas”, refiriéndose a los países aliados en la Segunda Guerra Mundial.

En esos momentos, el gobierno de Roosevelt presionaba o mejor dicho, chantajeaba a los países del mundo aún no comprometidos en el conflicto, a apoyar las “naciones unidas” prometiéndoles cuotas de importación y ayudas económicas y militares. Para la época, doña Minerva Bernardino, representando a República Dominicana firmó, junto a otros veinticinco diplomáticos, la Declaración de las Naciones Unidas, base conceptual de lo que es hoy la ONU.

Como se puede notar, la ONU está ligada en todos los sentidos, a lo que fue la Segunda Guerra Mundial y sus consecuencias. Pero extrañamente, casi todo el que escribe sobre este organismo, trata de obviar ese pasado de dependencia -que es como un “pecado original”- y privilegia el concepto de “concierto de naciones libres”, que es como eufemísticamente solemos describir este alto foro mundial.  

Pero antes de ahondar en los intríngulis propios de las Naciones Unidas, hemos de admitir la magnitud del triunfo alcanzado y no tratar de minimizar los esfuerzos de todos los que pusieron, aunque sea solo un granito de arena, para ensamblar este castillo -también de arena- y que, por tanto, siempre estará a merced de la próxima ola.

Desde el lente de un ciudadano parcializado, venal y apoyador, que soy yo, debo reconocer a dos actores, como los responsables más visibles de este gol que se ha anotado el Estado dominicano (no el Gobierno). Son ellos, Miguel Vargas, Canciller de la República y Frank Cortorreal, Jefe de la Misión Permanente ante la ONU.

Con este certificado de graduación, el líder del PRD, corona una gestión que a muchos parecía incierta en sus inicios, pero que resultó impecable al final. Sin dudas que el papel jugado como canciller, habrá de servir en alguna forma, para apuntalar sus próximos objetivos políticos.

Del embajador Cortorreal, no hay que decir mucho. Él simplemente hace el trabajo que se le asigna y lo hace -agrego yo- con prestancia y hasta con elegancia extrema. Frank Cortorreal quedará en los anales de la Misión Permanente porque durante su gestión se alcanzó este importante peldaño diplomático, perseguido a lo largo de setenta y cinco años.

Pero bueno, concedidos ya los muy merecidos créditos, pasemos revista a lo que es el llamado Consejo de Seguridad de la ONU. A su razón de ser y a lo que representa en realidad. Lleguemos, desandando un poco, hasta los albores de la “guerra fría”, a finales de los años 40’s y de la última gran confrontación, la llamada II Guerra Mundial, que ya hemos citado.

A consecuencias de la caída -en combate- de Alemania, Japón e Italia, en esa devastadora guerra, el mundo o más bien, los ganadores del conflicto, hubieron de diseñar un mecanismo que garantizara el botín alcanzado en los campos de batalla. Algo así como el “padre nuestro” que el emperador Constantino logró en el Concilio de Nicea y que es como la “declaración de principios” de los acuerdos firmados con la Iglesia Cristiana del momento.

Desde luego, la genial idea del brillante emperador romano, de hacer suya y del imperio que él regenteaba, la nueva y prometedora religión cristiana, no se puede en modo alguno, parangonar con la magnitud y consecuencia de esa refriega que azotó el mundo durante algo más de un lustro. Pero ambos acontecimientos obligaron a firmar acuerdos que protegieran, al través del tiempo, los éxitos alcanzados.

Y el mecanismo diseñado para garantizar la “paz mundial” futura, o sea, el nuevo orden surgido con los resultados de la Segunda Guerra Mundial, es precisamente la Organización de las Naciones Unidas, edificada sobre las bases de la antigua Sociedad de Naciones, que igual pretendía mantener la paz y los acuerdos que pusieron fin a la Primera Guerra Mundial.

Sin embargo, la Sociedad de Naciones -que no tuvo la aceptación de los Estados Unidos- y muy a pesar de que logró arbitrar positivamente algunos conflictos entre naciones, nunca pudo evitar que Alemania se levantara en pie de guerra veinte años después y convirtiéndose finalmente en un organismo inoperante.

Con esta premisa yal amparo del olor salobre pero muy apetecido, del nuevo elixir del mundo, el señor petróleo, surgen las nuevas Naciones Unidas ONU, con su poderoso Consejo de Seguridad; y así consiguieron establecer el instrumento para mantener el botín de guerra surgido de la segunda gran confrontación mundial.

Pero como sucede en las corporaciones, grandes o pequeñas, los dueños de las acciones, siempre controlan el rumbo de los negocios y previenen contra cualquier acto que pueda modificar la correlación de fuerzas. En el caso de las Naciones Unidas, los accionistas son aquellos cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad, con derecho a “veto”.

Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Rusia y China, los ganadores de la guerra, son los dueños de las decisiones del mundo. Aunque uno de ellos, la China de Mao Tse Tung, fue incluida en el reparto, mas por su potencial futuro, que por el peso real que tenía al momento de los grandes arreglos.

Como se puede inferir de este desglose histórico de los hechos -todos perfectamente verificables- la ONU y su Consejo de Seguridad, del que República Dominicana será miembro a partir del primero de enero de 2019 y hasta el último día de diciembre de 2020, es el foro donde se debatirán los problemas del mundo. Pero mucho cuidado, que las expectativas no sobrepasen las realidades.

De cualquier manera, es un paso de avance. Durante dos años estaremos siendo cortejados por las naciones del mundo, las ricas y las pobres. Y ello nos permitirá canalizar las ansias de nuestro país y hasta “intercambiar” el valioso voto que hemos “joseado” en cuatro oportunidades anteriores, sin resultado positivo.

¡Vivimos, seguiremos disparando!



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