Por JUAN T H
Cuando el arquitecto Andrés Navarro fue sacado del
Ministerio de Relaciones Exteriores, donde encontró un desorden patrocinada por
una mafia de políticos inescrupulosos que nunca pagaron sus culpas en la cárcel,
para designarlo Ministro de Educación, no pocos se sorprendieron, incluyéndome.
Todos coinciden
en que su trabajo al frente de la Cancillería fue bueno.
Hizo lo que las
circunstancias políticas les permitieron. No olviden que la política exterior
del país la maneja, a su antojo y discreción, el presidente de la República.
No hay una
institución más difícil y compleja que Educación con una nómina cercana a las
200 mil personas entre docentes y administrativo. Por dos razones: Una, porque
maneje el presupuesto más alto de la nación, el 4% del Producto Interno Bruto
que este año asciende a 153 mil millones de pesos, y dos, una estructura
orgánica clientelar que impide o se opone en la práctica a transformaciones
profundas en el sistema que termine de una vez y por todas con el clientelismo,
el paternalismo y la politiquería.
Para mi
sorpresa, y creo que la de muchos, la Asociación Dominicana de Profesores (ADP)
lejos de convertirse en una propulsora y aliada de los cambios, se ha tornado
en una retranca actuando como sindicato unas veces y otras como empresa defensora
intereses de socios mayoritarios, unos que dan la cara, otros que actúan en la
sombra. (La ADP actúa como si estuviera dirigida por un partido de oposición)
Navarro no lo
dice, ni lo dirá por prudencia y tacto político que yo no tengo, pero cuando
llegó al ministerio encontró una plataforma mafiosa y corrupta que sin hacer
mucho ruido desmanteló contra viento y mareo. Más de uno debió o debe estar en
la cárcel, pero la política, que siempre está sobre lo jurídico, lo impidió.
No ignoro que
Navarro es miembro del Comité Central del Partido de la Liberación Dominicana
qué, evidentemente, le impide hacer todo cuanto quiere o desea, pues de lo
contrario hace tiempo habría saltado del cargo como quieren algunos en la ADP y
en el gobierno.
Uno de estos
días un periodista me dijo en broma que
“Andrés deja pérdida porque ni da ni dice donde hay”, lo cual me pareció un
elogio ya que el dinero del Ministerio no es del ministro, es del pueblo
dominicano, por lo tanto no puede derrocharlo ni gastarlo como si fuera suyo.
Ojalá sea cierto que “Andrés deja pérdida”. Ojalá que todos los funcionarios
dejaran perdidas no malgastando ni robándose el dinero del presupuesto.
Por lo que
observo desde fuera, más allá de cualquier crítica legitima y hasta necesaria
que se le pueda formular al sistema que se está implementando con los recursos
del 4%; más allá del reclamo que hace José Mármol del grupo Educación Digna de
mejorar la calidad del gasto, no hay dudas de que Navarro no quiere pasar sin
pena ni gloria por la administración pública. Su deseo de transparentar la
nómina, de adecentarla, de elevar el nivel didáctico de los maestros y mejorar
sus ingresos a partir de sus logros docentes; nombrar por concursos de
oposición dejando la discrecionalidad y la política partidaria, etc., tienen
que darle un voto de confianza de parte de la ciudadanía.
La educación
pública sin duda ha mejorado con las nuevas aulas, tantas extendidas, los politécnicos, etc. El hecho de que miles de estudiantes hayan pasado
de colegios privados a escuelas públicas es una muestra. Ese fenómeno
continuará en la medida en que el sistema funcione bien. Y para que sea cada
vez mejor, la política partidaria, el clientelismo y el paternalismo tienen que
estar fuera.
Ahora hay
quienes se oponen a que los directores regionales y distritales, como acordó el
Consejo luego de una propuesta de Navarro, sean nombrados mediante concursos de
oposición, facultad destinada en el
pasado al ministro que lo hacía, principalmente, con criterios
políticos.
El punto más
luminoso del gobierno lo es sin duda el ministerio de Educación; mayor incluso
que el de Turismo y Obras Públicas. No puede permitir el presidente Danilo
Medina que sea opacado. Al contrario, la educación, como la salud donde también
debe hacerse una gran inversión pública (5 o 6 % del PIB), son los elementos
fundamentales del desarrollo de un país como lo prueban los “Tigres Asiáticos”.
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