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domingo, 20 de enero de 2019

El presidente y los deportados: ¡qué chasco!



POR ROLANDO ROBLES  

Yo pensaba que Danilo Medina Sánchez, que tantas veces ha proclamado haberse preparado plenamente para ejercer el poder -algo que yo supongo es muy cierto- también había comprendido la realidad de las migraciones, en cualquier época de la historia y en cualquier sentido geográfico, más allá de si la movilidad humana se hace hacia una sociedad más avanzada o de menor desarrollo social.

Todo parece indicar que me equivoqué “de largo a largo”. El presidente dominicano apenas ve las superficialidades del complejo fenómeno que es la migración y sus consecuencias, en los países donde se generan estos movimientos humanos, tan antiguos como ha historia misma. Por demás, de sus recientes declaraciones, se infiere que él no se distancia en forma alguna de sus antecesores. Al igual que ellos, él también “busca la paja en el ojo ajeno”.

Lo primero ha de ser pasar revista a los números fríos, para poner en contexto las evasivas afirmaciones del presidente Medina. El año de 1996, en la administración de Bill Clinton, marcó el punto de inflexión en materia de deportaciones desde USA hacia RD. Con el cambio de proceso, nos han llegado (hasta 2018) un estimado de ±70,000 nacionales deportados. El 72% de ellos cumplió condena por tráfico de drogas y sus derivaciones, mientras que un 5% fue expulsado por asuntos migratorios, que es una violación considerada “perdonable” por los dominicanos de aquí y de allá.

Según recoge el Instituto Nacional de Migración, del Ministerio de Interior, en el estudio “Dominicanos Deportados desde Estados Unidos (2012-16)”, el Estado, o más bien, el Gobierno de esos cuatro años, trabajó para que los compatriotas deportados fueran reinsertados en la sociedad, con pleno derecho, como dice la Constitución, sin embargo, no ofrece ningún número sólido sobre el éxito de su gestión. Ni parece que pudieran tenerlos, si nos llevamos de sus conclusiones.

Por separado, según publica la Procuraduría General, hay unas 30,000 personas presas en las cárceles dominicanas. La mitad de ellos son preventivos, el 25% espera juicio en apelación y el restante 25% está condenado de manera definitiva. Estos valores sugieren que de los 70, 000 deportados, una buena parte debe estar en las calles trabajando o mal viviendo y los otros, no sabemos qué %, volvió a delinquir y/o está en prisión.

Cuando el presidente se lamenta casi llorando de los niveles de violencia generados por la delincuencia -provocada por los deportados, según él-  muestra una pose aparentemente muy compasiva, pero al mismo tiempo y mientras “escurre el bulto”, evita reconocer que, bajo su Era o mandato, se ha registrado la mayor escalada de corrupción, se ha institucionalizado la impunidad y se ha permitido la migración ilegal que “arrabaliza” el país por completo.

Estos tres factores: corrupción, impunidad y “arrabalización” de los barrios y pueblos, también provocan altos niveles de delincuencia. Y si usted se lo suma a la delincuencia generada por los mismos que están destinados a combatirla, o sea, por los organismos judiciales, castrenses y policiales, pareciera como si mi presidente residiera en una de las lunas de Saturno y no en la ciudad capital.

Mi amigo “Montecristi” me planteó el asunto con alguna dosis de sarcasmo y resumido en una infantil, pero, muy peliaguda pregunta: Pegúntamele a tu presidente peledeísta, ¿cuántos deportados hay en los casos de la ONSA o en Odebrecht, o en la OISOE, para sólo mentar tres atracos?

En su intercambio con la prensa, solamente pude oír las respuestas que él daba, no las preguntas de los periodistas, si es que eran periodistas. Es por ello que no puedo tener la idea exacta de cómo pudo suceder este extraño diálogo o quizás monólogo del presidente. Porque él “se canta y se llora” cuando dice que, a pesar de la escalada de violencia actual, durante sus gobiernos, la tasa de delincuencia ha bajado de un 24% a un 15%, o sea, a menos de la mitad de la que había en 2012.

De nuevo, parece que estamos leyendo códigos diferentes; porque si la violencia callejera es tan grande como para motivar que el Presidente salga de su tradicional ostracismo, no entiendo cómo nos asegura que se ha reducido. Si la delincuencia hubiese cedido, él no hubiera tenido que hablar sobre ello. Pero más extraño aún, es que a ninguno de los “periodistas” presentes se le ocurrió pedir explicación por el desaguisado.

Hay otra arista en este inusitado destape del mandatario, que tampoco puede ser pasada por alto. Para la comunidad residente en el Exterior, que se mantiene diariamente conectada con sus familiares- a quienes envía esas divisas que tanto necesitan, el Gobierno, el Estado y el país- el presidente dominicano es algo así como su “garante” y de él esperan el mayor reconocimiento, siempre.


Cuando Danilo Medina pretende justificar la inseguridad social imperante, con la presencia de esos “delincuentes que semanalmente nos envían desde USA”, comete un yerro mayor. Es que esos muchachos no vienen de otra galaxia. No, ellos son dominicanos y se fueron siendo adultos, y si retornan como “delincuentes”, es porque “delincuentes” se fueron, ellos no se formaron en USA.

Ellos llevaron una alforja con los valores que adquirieron en su niñez. Y al llegar a esta sociedad, con un mercado gigante, trataron de desarrollar sus proyectos de enriquecimiento personal. Algunos lo han logrado sin mayor riesgo, pero otros, han tenido que pagar un precio mayor. Por eso vuelven a su lar nativo con ese fardo de ser “deportados”.

Ellos retornan como el “hijo pródigo”, validados por las remesas enviadas en los “tiempos buenos”. Y si pensamos en quién ha sido más favorecido con las divisas, estaremos contestes en que ha sido el Estado y que, por tanto, su representante legal es quien primero debe asumir el roll de “buen pastor”, por encima incluso de sus familiares.

Es por ello que, a Danilo Medina, como presidente, no le queda el papelito ese de “asquerosear” a esos muchachos descarriados que lo han ayudado tanto a mantener la fábula -convertida ya en realidad- de la ya famosa, “estabilidad macro económica”.

Y sépase bien, los deportados, mas los otros dichosos que nunca fueron detenidos, no pasan de ser un pequeñísimo porcentaje de la comunidad de Ultramar. Ellos son unos pocos de los dos millones que vivimos fuera, pero no son leprosos a los que hay que aislar. Todo lo contrario, presidente Medina -yo no demando que se les honre como si fueran patricios- pero me conformo con que se les muestre algo de compasión y agradecimiento.

Pero dejemos al presidente en su laberinto, de donde él, aparentemente, no quiere o no puede salir. Y quiera Dios que no se le ocurra hacerlo, dándole otro manotazo a la Constitución.

¡Vivimos, seguiremos disparando!

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