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miércoles, 27 de julio de 2016

Ante la indiferencia, se impone la lucha


Por Ramón Antonio Veras

De la misma forma que los arboles  necesitan un  terreno adecuado para desarrollarse, la especie humana requiere de  un medio social en el cual  ha de formar su conducta,  y la  forma   de expresarla conforme las  normas establecidas. Cada período  de la historia de la humanidad ha tenido su moral,  de acuerdo con el régimen económico predominante que guía  las actuaciones de los miembros de  cada  comunidad.

El carácter, la manera  o forma de ser  define la personalidad del individuo;  sus  características y particularidades identifican  la fibra de que está constituido,   y lo marcará   en sus actos, en sus relaciones con los demás. Su  bien o mal accionar  lo  individualizará.

Para comprender como actúa hoy la generalidad de los dominicanos y dominicanas,  necesariamente debemos  tomar en consideración el ambiente donde nos desarrollamos, la educación familiar y escolar,  y cuáles son los principios éticos y morales  de la sociedad actual.

Actitud de  desgano hacia la lucha política y social

El trato diario con muchos de nuestros coterráneos  nos está diciendo  que estamos en presencia  de personas que no tienen solidez, de débil formación  personal, dotadas de  personalidad inconstante;  de pobre firmeza,   inclinadas a la flexibilidad,  y cambiadizas en sus decisiones.

Abunda en nuestro medio  el desvergonzado, dado  a ser movedizo  cuando sus actuaciones requieren constancia. De ahí que  ya la  confianza  no se deposita  con facilidad porque  pululan los de proceder  ambivalente  

Nos encontremos  con sujetos veleidosos  que revelan  ligereza  en sus actos; tienden a portarse erráticos, lo que motiva a ser considerados puras veletas. Semejante proceder es muy propio de los caprichosos  e inmotivados  porque llegan a manejarse arbitrariamente, como si estuvieran fuera de sí.

La inconstancia  está  fija  en amplios sectores  de nuestra sociedad; ha desaparecido el perseverante en sus convicciones; ya no se ve  la tenacidad  que caracterizó a los jóvenes de ayer, imponiéndose  ahora los que demuestran falta de empeño  en los fines perseguidos.  La facilidad es bien aceptada para lograr todo con el menor esfuerzo.

En el medio nuestro lo dificultoso  se ve  como imposible de solucionarse;  se ha convertido en ideal, propicio, para alcanzarlo todo cómodamente;  lo que se trata es  de hacer la vida  llevadera, manejable;   aceptar las situaciones  como juegos de niños, cogerlo suave, con ligereza y total placidez.

A cada instante  estamos  tratando  a    hombres  y mujeres   adecuadas  para no luchar,  como si estuvieran hechos para ser blandos, a no enfrentar las adversidades;  listos para pulimentar   los conflictos sociales, desbaratar  cualquier reclamo justo de los oprimidos. En sí, afinan con los buenos y con los malos.

En el medio dominicano  cada vez se hace más notoria  la presencia  de grupos diseñados para  hacer   de bomberos sociales, tranquilizadores de  los que  demandan reivindicaciones,  aplacadores de revueltas justificadas. Ellos son  los que están siempre dispuestos para  serenar  a los que motivados a luchar  y vencer.

La situación se torna sumamente adecuada para el pasivo, cansado, perezoso y estimulador de la inactividad. La persona resuelta, siempre decidida,  no es bien aceptada por aquellos que son contrarios a enfrentar  la triste realidad que padece la gran mayoría de nuestro pueblo.

Aquel que hace el papel de observante del drama nacional, el simple mirón es bienvenido; el que acata y respeta las reglas del orden establecido, nunca va a encontrarse  en dificultad; por el contrario,  es un  ente ejemplo de docilidad y buen ciudadano.

El individuo de temperamento dúctil, el flojo de carácter,  es aceptado como amable, cordial y dulce; es visto como almohadillado, adaptado  a las circunstancias; su dulzura lo hace pasar como un deseado blandengue del medio en que vive, llegando a convertirse en poca cosa, típico miedica.

El que es fofo, moldeable, el papandujo  está listo para ser llevado  hasta lo más alto como agasajado, finamente piropeado  y cargado de zalamerías por aquellos que se benefician de las taras sociales. La adulación  alimenta y  sirve de bonita diversión  a los complacientes  y amantes de las lisonjas.  

El doblamiento de la conducta está dando buenos resultados a los que aquí demuestran flexura  para hacerse simpáticos ante  los dueños y señores del poder económico y  político. La  condición  de ser  pliegue identifica a los que aquí  se han entregado  a lo que quiere el otro,  el que ejerce dominio sobre los que sin luchar se dan por vencidos.

La dañina  aceptación  del ordenamiento actual

Sin mucho esfuerzo comprobamos que el espíritu de lucha social se ha perdido en  algunas capas sociales  que han resignado, sucumbido;  están rendidas ante la dura realidad nacional que exige resistencia frente a la opresión material y espiritual. El abatimiento ha hecho posible el dominio de las minorías sobre las grandes mayorías.

La realidad está  indicando  que el acomodamiento, la inclinación reverente al poder, y  la blandura permanente  ha contaminado, está influyendo en personas dispuestas a morder el polvo,  doblar la cerviz y no revelarse;  se sienten mejor arrastrándose que desobedeciendo; la complacencia los  ha cautivado, demostrando falta de voluntad propia.

En esta sociedad abundan boquimuelles,  los de postura  suave como un  guante de seda. La maleabilidad y la sumisión van de la mano, y  conducen a que se le dé aquiescencia a las decisiones de los que inciden en la voluntad de las personas de manso proceder

En nuestro país  son muchos los que  en nombre de llevar la vida fácil  idealizan mantenerse recibiendo beneficios sociales, haciendo el papel  del mosquita muerta;  mansurrones, bonachones y tristes figuras amparadas por el oficialismo;  les hace falta honor para avergonzarse por  ser parásitos  sostenidos, abastecidos,    y alimentados profesionales del Estado.

Es común ver a los convertidos en  hombres castrados  mentalmente,  aquellos que se  han acomodado al orden establecido, y están prestos a aceptar  lo peor,  dejar pasar, aguantar sin límites,  tener aguante para las humillaciones, decir  amén  a las burlas que se les hagan y permitir que el país se hunda y  no decir ni pío.

En estos momentos, no es sorpresa  la gran  cantidad de mujeres y hombres que están condicionados en su voluntad, supeditados a lo que quiera cualquiera que tenga poder político;  se comportan postrados,  subalternos, algo así como  accesorios de aquellos  a  quienes   consideran  sus superiores,   demostrando  así su  inferioridad.

La reducción a nada de una  persona la observamos en el medio social dominicano, en los  sirvientes políticos que hacen de descarados y faltos de hidalguía, porque  actúan    como vivo ejemplo de majaderos y vulgares mentecatos. A los sumisos se les achica la mente cuando están sirviéndoles a su protector;  el entendimiento se les  nulifica y se mueven como verdaderos adocenados, prosaicos y ramplones.

Lamentablemente hoy, en el mundo político dominicano,  están proliferando  los que, acomodados a la degradación de la sociedad, poco les importa ser ultrajados, ofendidos o de cualquier forma denostadas; porque han  perdido la vergüenza, la vejación no les  molesta, y  les da lo mismo ser vilipendiados  que enaltecidos, ofendidos que elogiados.

El miedo ha hecho posible que algunos dominicanos que ayer demostraron firmeza, hoy,  al aceptar la docilidad, se han visto tan empequeñecidos que viven intimidados por su propia sombra; amedrentados, doblegados por temor a pensar en envalentonarse. Los  aborregados permanecen suave, sedosos, muy aterciopelados.

En algunos de nuestros compatriotas,  luce diluida la disposición a luchar por una sociedad diferente a la  que padecemos en el orden social,  económico y de decencia; esto  se evidencia por la indiferencia, la  desatención a ocuparse  de eliminar fenómenos dañinos presentes en el ambiente nacional. El relajamiento, el  desentenderse de lo que  nos afecta a todos y a todas, demuestra que se ha desvanecido el ardor que dominaba ayer, se ha anulado  la aspiración a disfrutar de un mejor  país.

Se nota la falta de interés por llevar la lucha política al terreno social;  el no entusiasmo para que las masas populares se movilicen reclamando, exigiendo reivindicaciones;  la disposición a integrarse a la política sin  procurar beneficios personales es tímida en amplios sectores de la sociedad dominicana. La energía en procura de los cambios que necesitamos parece agotada; una especie de olvido acomodaticio  esta dominando el ambiente, la dejadez está pegada.

La pasión  por construir un  nuevo orden social,   que anteriormente existía en   amplios grupos de las capas medias del país,  ya no se siente  en la mayoría de ellas. Cada quien parece estar apartado de todo, pensando en lo individual, desviado del camino hacia lo colectivo,  como si estuviera  viviendo en un vacío político y social.  Al parecer el estímulo está derribado;  nada  apasiona, encanta ni motiva.   Se observan  unidos  tristeza  y  debilidad espiritual, indolencia y frialdad.

Reflexiones

De la misma forma que cada actitud tiene una explicación fruto de la voluntad del actor,  las  consecuencias sociales también tienen  sus causas generadoras en los marcos de una coyuntura presente   en una sociedad determinada. El proceder acomodaticio de amplios sectores nacionales explica lo que está ocurriendo con relación a la inacción en el  movimiento popular y democrático.

Basta con tener un mínimo de conocimiento de la realidad  política nacional para darse cuenta que estamos  en una  etapa de reflujo del accionar político con sentido de cambios sociales. En los últimos años se nota un descenso de la lucha de masas, las cuales lucen  paralizadas  partiendo del ascenso que vivieron en épocas pasadas.

No  estamos viendo accionar a personas   pertenecientes   o no a diferentes iniciativas para alcanzar reivindicaciones. Las grandes participaciones de hombres y mujeres del pueblo, levantando sus consignas, son cosas del pasado. El estancamiento es notorio y penoso,  porque la paralización impide los cambios que requiere la sociedad dominicana.

Se impone reanudar con bríos las acciones populares; se hace necesario retomar, motivar a lo mejor del país a la lucha social y democrática, a los fines de lograr las transformaciones  que necesitamos y merecemos. El anquilosamiento y el embotamiento  reflejan  insensibilidad, algo de lo que no adolece  nuestro pueblo.

Hay que aislar todo aquello que obstaculice, inhiba o pueda hacer  colapsar  un movimiento cualquiera tendiente al despegue, a la partida de los distintos destacamentos donde están integrados los órganos  motrices llamados a ejecutar los cambios que anhelamos y merecemos.

En todo el curso de la humanidad, históricamente las grandes transformaciones   han sido obra de los que luchan, de los que piensan en el porvenir y abrazan las causas justas. El momento que vive nuestro país no está  para lamentaciones ni  quejas; hay que romper con la indiferencia, apatía  y pasividad. No podemos contar con los que  ya están  identificados y acomodados  al actual ordenamiento económico y social.

Las fuerzas democráticas  están en el deber  de estimular, motivar el resurgir en nuestro país  del movimiento obrero, sindical, estudiantil, gremial,  juvenil, femenino,  en fin,  hacer que se pongan en tensión todos los hombres y mujeres no conformes con la situación actual y aspiran  a cambios de contenido social, todo sin importar criterios ideológicos, etnias  o  ubicación social.


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