In
Memoriam: Carlos Ascuasiati, Marcelo Jorge, Manny y Mundito Espinal, Jorge
Martínez Lavandier, Barbarín Mojica y Julio Sauri.
Por JUAN T H
¿De qué sirve
ser honesto en una sociedad deshonesta donde los valores del éxito están
relacionados con la corrupción, la prostitución, el vicio, las drogas, la carne y el deporte dejando atrás el estudio, la investigación, la
capacidad y el trabajo como fuente indispensable de riqueza y desarrollo?
¿De qué sirve
ser honesto si nadie lo reconocerá ni lo premiará para que los ciudadanos no se
sientan estimulados por ese paradigma, perjudicial para el enriquecimiento
mediante el tráfico de drogas, la evasión de impuestos, el contrabando, la
corrupción estatal, el crimen, la estafa y el desfalco?
¿De qué sirve
ser honesto si al final de tu vida, cuando yaces en un ataúd pocos asistirán a
tu funeral y muchos dirán que no fuiste más que “un pendejo” que pudiendo
hacerte rico a costa del Estado y “ayudar” a tu familia y amigos, decidiste
manejarte con pulcritud defendiendo el dinero del pueblo porque lo consideraste
sagrado, porque siempre dijiste que no era tuyo, que un cargo público no
es sacarse la lotería, ni una herencia?
¿De qué sirve ser honesto si una calle no llevará
tu hombre, si tu ejemplo no correrá de boca en boca en las aulas de la vida, si
tu escuela morirá contigo, si al caer el crepúsculo de tu vida la bandera no
será puesta a media asta, si el presidente no declarará tres días de duelo
nacional por tu partida?
En verdad, ¿de
qué sirve ser honesto hoy día? ¿Dónde termina un juez honesto si el que vende
sentencias, el que desconoce la ley burlando de paso la Constitución es el que
sube peldaños en la judicatura, el que llega a “las altas cortes” aunque no
tenga los méritos profesionales ni morales?
¿De qué sirve un
abogado honesto si los “casos grandes” jamás llegaran a su oficina a no ser que
aprenda, como muchos de sus colegas, a comprar fiscales y corromper jueces?
¿De qué sirve un
periodista honesto si no podrá vivir decentemente de su salario; si tendrá que corromperse en las fuentes que cubre
cotidianamente y convertirse en una bocina vulgar vendiendo lo que dice y lo
que escribe, haciéndose cómplice de atraso y el oscurantismo cada vez que
desinforma o guarda silencio?
¿De qué sirve un
médico que cumple con el juramento hipocrático, que no se presta al negocio de
muerte de los laboratorios ni de la industria farmacéutica; que no hace
diagnósticos falsos, ni cirugías innecesarias solo para ganar dinero convirtiendo
al paciente en “cliente”, si lo que ve
en hospitales y clínicas le resulta
deprimente? ¿De qué le sirve ser honesto?
¿De qué sirve un
político honesto si no alcanzará nunca el poder y si llega será derrocado como
le ocurrió al profesor Juan Bosch? ¿De qué sirve un político honrado si su
propia gente, la que defiende y por la que es capaz de dar la vida no lo
respaldará precisamente por los valores que predica?
He dicho y
escrito muchas veces que todo aquel que llega al Estado pobre y sale rico, es
un ladrón. He pagado un precio por decirlo. He perdido más de un amigo por ese motivo. Más,
no me arrepiento. No puede ser que “el honesto y el perverso sean dueños por
igual del universo”, como dice Alberto Cortez en una canción. Pueden ser
dueños, pero no en igualdad de condiciones. Los inmorales no pueden igualar a
los honestos, ni estar por encima de ellos. Me niego a creerlo. Bosch y Feliz
Bautista, por ejemplo, no pueden estar en el mismo pedestal de la historia.
He digo, por
igual, que el daño moral que le han hecho los políticos, sobre todo los del
PLD, a la sociedad dominicana solo se resarce mediante una revolución que eche
al suelo los cimientos estructurales del Estado para que la honestidad,
acompañada del trabajo, el estudio y la capacidad, sea el principal paradigma
de la sociedad.
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