Por Miguel Ángel Cid Cid
Un hombre de
figura imponente entró con pasos lentos y seguros al Food Shop. Yo lo ví
llegar, pues, sentado dentro, bebía una cerveza para sacarme del cuerpo el bus
que se había retrasado por más de una hora durante el viaje. Una cerveza negra
de 8.5% de alcohol, bien fría, si no calma los nervios y elimina el strees, a
mí que me perdonen.
Quedaba la mitad
de la cerveza cuando, al través de los cristales, observé la jeepetaPilot gris
que se estacionó frente a la puerta delantera del negocio. Pasó más de un
minuto para que se abriera la puerta delantera-derecha del vehículo, y de
inmediato un hombre voluminoso comenzó a desmontarse lentamente.
La parsimonia en
salir daba la impresión que quería ganar tiempo para que la gente de los
alrededores se percatara de quién era el recién llagado. Con el mismo cuidado
se dirigió al interior del Food Shop. A su paso iba repartiendo saludos y
sonrisas a la clientela del lugar. La gente respondía a su cortesía con un dejo
de desinterés; con la diplomacia del deber cumplido. Yo, por mi lado, me era
imposible hacerme el impasible.
Mientras este
hombre descomunal se desplazaba a paso de tortuga, me impuse la tarea de pasear
la mirada al paisaje circundante, hurgando con interés en las reacciones de la
gente. Quería retratar la expresión de algarabía desenfrenada en el semblante
de los clientes, empleados y transeúntes. Sentí que era el momento de vivir la
sensación que deja ver las masas correr con simpatía para saludar al líder
colora’o de Santiago.
Pero mis
expectativas se evaporaron como se disipa el polvo de otras épocas.
Es decir, vi la
indiferencia de la gente. Cada quien en lo suyo. Contrario a ese comportamiento de los presentes, yo sí esperé
a que ese hombre de memoria prodigiosa se acercara con sus pasos lentos, muy
lentos. Sus pies rosaban el piso al caminar. Ese caminar sin pausa, pero sin
prisa.
Al cruzar por mí
lateral izquierdo su mirada se encontró con la mía. Entonces me sonrió y dijo
con voz ronca –hola, como tú estás--,
sin dejar de sonreír.
Yo empujé la
silla hacia atrás, me sujeté en los brazos de soporte y me puse de pie. Ya
erguido extendí mi mano derecha y sin dejar de mirarlo le dije, cómo está usted
José Enrique. Las dos miradas se confundieron en un apretón de manos mientras
él sonrió de nuevo.
Mi actitud de
respeto era lo menos que podía hacer frente a una figura que en su momento fue
la más valorada en la ciudad de Santiago.
Un episodio como
el que les cuento hubiera sido imposible, apenas 10 años atrás. José Enrique
habría llegado escoltado, seguido de 7 jeepetas, 15 carros destartalados y
decenas de motores. Los clientes y empleados del negocio, habrían dejado sus
quehaceres para ir a rendir tributo al líder indiscutido del reformismo
santiaguero. Igual habría sucedido con los despachadores de combustible y los
transeúntes.
Si una década
atrás José Enrique Sued se hubiese detenido a saludarme me habría llamado por
mi nombre. Alguno de sus escoltas le habría informado sobre mi pedigrí antes de
pararse a saludarme. Vender la imagen de ser el poseedor de una memoria de
elefante era parte fundamental de su estrategia.
– Cómo tu estás Miguel Ángel, cómo va lo del
Presupuesto Participativo --, así hubiera sido su saludo.
De sus 71 años
de vida, José Enrique Sued dedicó 50 a la actividad política y contando. Desde
que logró la sindicatura del entonces Distrito Municipal de Licey al Medio, su
suerte comenzó a andar. Electo regidor del municipio de Santiago de los
Caballeros en dos ocasiones y varias veces presidente del Ayuntamiento.
Diputado ante el Congreso en el último tramo de los 12 años de Balaguer.
Administró la Industria Nacional de Papel. Gestionó a Molinos Dominicanos.
Supervisó la Región del Cibao, a cargo de la CDE. Subsecretario de Interior y
Policía. Tres veces síndico de Santiago de los Caballeros, tres veces.
Exploró la
posibilidad competir de cara al 2020 por la Alcaldía de Santiago. Pero la
otrora poderosa escuadra naval del reformismo derivó en un conjunto de yolas y
cayucos a la deriva. Pragmático, como el
que más, abandonó “El Buque Insignia”, que ya no era tal, del reformismo. Se
pasó al PLD, al danilismo; apoya a Rosa como candidato a Alcalde, a Valentín
como Senador, a Gonzalo a la Presidencia, mientras él se conforma con una
candidatura a diputado.
A pesar de su
pasada fama de servidor público y de su pasado liderazgo incomparable, el reciente
sábado 21 de septiembre José Enrique Sued llegó al Food Shop, entró al baño y nadapasó.
Sólo yo, uno entre muchos, se puso de pie e hizo la venia debida.
Ojalá
que quienes hoy se creen líderes, al recibir sus loas, comprendan que su
endiosamiento es coyuntural. Ojalá se den cuenta que cuando la gracia del Poder
del Estado deje de brillar sobre ellos nadie los recordará.
Si lo
entendieran, tal vez, su actuar al servicio del Estado sería diferente.
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