Por JUAN T H
No hace mucho
leí en algún lugar que la vida de cada persona es como un tren dónde unos suben
y otros bajan en cada primavera, hasta ver que pocos te acompañan hasta el
final de la vía.
En ese tren que
es la vida, desde que naces, sube y baja mucha gente: padres, abuelos, tío, hermanos y demás familiares, ocupando un
lugar en los vagones más próximos; también están los amigos de la escuela, la
universidad o el trabajo.
Los amores y los
amigos volando como golondrinas sobre el cielo de los años de la niñez, la adolescencia y la adultez.
Uno cree que el
primer amor será para siempre; los amigos, por igual. La muerte no existe
cuando eres niño; crees que es un fantasma lejano que jamás llegará hasta ti,
hasta que pierdes un abuelo, un tío, uno de los padres o un amigo. Y la
angustia te destroza el corazón.
El amor, la
amistad y la solidaridad son valores imprescindibles para la preservación de la
humanidad, no el desamor, el odio y la venganza que sólo generan devastaciones,
muertes y retroceso. (“Solo el amor alumbra lo que perdura”, dice Silvio
Rodríguez)
Si la raza
humana solo amara, el mundo sería distinto. Y cada sociedad en particular
también.
Pero cuando los
valores del amor, la amistad y la solidaridad se confunden o se distorsionan,
cuando desaparecen en lo más puro, como sucede hoy día en nuestra sociedad, el
futuro, en el mejor de los casos, es incierto.
Vivimos en un
país donde nadie respeta nada ni a nadie, comenzando con las autoridades que se
suponen deben velar por el mantenimiento de la sociedad. Y no lo hacen. Al
contrario, lo han corrompido todo, incluyendo los sentimientos, de tal modo que
la familia dominicana es disfuncional.
Los hijos no
guardan devoción a los mayores, incluyendo a sus padres, profesores, vecinos,
etc. El amor y la amistad están condicionados por los intereses políticos,
económicos y sociales. La cosificación humana está atentando contra ella misma.
(“Amigo es un
peso en el bolsillo”. “El amor y el interés se fueron al campo un día, y más
pudo el interés que el amor que te tenía”.)
Por esa
degradación humana, como en el tren de la analogía, los amores y los amigos van
y vienen, suben y bajan del vagón de nuestras vidas en cada estación,
dejándonos solos en el otoño de la existencia porque ya no valemos nada en el
mercado.
Sin embargo, la
historia está repleta de grandes amores y de amigos que la solidaridad los ha
llevado al sacrificio más extremo.
Sé que uno se
divide en dos, que el amor y el desamor se unen; se, como decía José Martí, que
“es muy triste no tener amigos, pero más triste es no tener enemigos, porque
quien enemigos no tenga, es señal de que no tiene: talento que le haga sombra,
ni bienes que se le codicien, ni carácter que impresione, ni valor temido, ni
honra de la que se murmure, ni ninguna otra cosa buena que se le envidie”. Pero
sé, de igual modo, que un amigo leal, solidario y sincero, es un hermano que da
la vida, lo cual no tiene precio, y por lo tanto, no puede ser degradado por la
vorágine perversa del poder y el dinero
que lo corrompe todo.
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