Por Roberto Valenzuela
Pocas familias se sacrificaron tanto como los Sánchez para la fundación y
preservación de la República. Una imborrable mancha del general Pedro Santana
fue que en el primer aniversario de la Independencia Nacional, 27 de febrero de
1845, ordenó fusilar a Andrés Sánchez, hermano del patricio; y a María Trinidad
Sánchez, la tía. Casi 20 años después, al propio patricio Francisco del Rosario
Sánchez, cuando trató de impedir la anexión a España. El 1 de junio de 1861
(tres meses y medio después de consumada la anexión) entró a territorio
dominicano procedente de Haití. Fue fusilado el 4 de julio siguiente, junto a
una veintena de mártires.
Para que no queden dudas de que es una estirpe de consagrados
patriotas, en 1823 su padre, Narciso Sánchez, se integró a la “Revolución
de Los Alcarrizos”, un movimiento que trató de enfrentar la dominación haitiana
en sus inicios. El president haitiano
Jean Pierre Boyer, al descubrir la conspiración, ordenó fusilar a los
involucrados en el complot.
La madre
Sánchez (el patricio) nació el 9 de marzo de 1817 (hace 202 años) en Santo
Domingo, en la calle de El Tapado, casa número 15, actual 19 de marzo. Su madre
fue Olaya del Rosario de Belén. Era, según la historiadora Celsa Albert, una
negra esclava que caminaba descalza y que por esta condición a su hijo no le
querían reconocer sus méritos como Padre de la Patria. Olaya era autodidacta,
fue la primera en educar a sus hijos en el hogar. Francisco no llevaba el
apellido Sánchez de su papá: sus padres no se habían casado. El matrimonio se
consumó por recomendación de María Trinidad Sánchez. Francisco fue el
primogénito de 11 hermanos, entre los cuales se destacó Socorro Sánchez,
reconocida educadora, según resalta la historiadora Emilia Pereira en un
reportaje de Diario Libre.
Tejiendo su vestido
Para que quedara claro la bravura de la familia y que ni en el momento de
la muerte “reculaban”, cuando iba a ser fusilado Francisco del Rosario Sánchez
proclamó: “Para enarbolar el pabellón dominicano fue necesario derramar la
sangre de los Sánchez; para arriarla se necesita de los Sánchez. Puesto que está
resuelto mi destino, que se cumpla. Yo imploro la clemencia del Cielo e imploro
la clemencia de esa excelsa Primera Reina de las Españas, Doña Isabel II, en
favor de estos mártires de la Patria… para mí, nada; yo muero con mi obra”.
Él sólo pidió clemencia para sus
acompañantes. María Trinidad, su tía, se negó a revelar el escondite de
sus compañeros revolucionarios: Santana le había ofrecido perdonar su condena
de muerte si traicionaba a los demás próceres. Cuando la llevan al patíbulo, al
pasar por la Puerta del Conde exclamó: “Dios mío, cúmplase en mí tu voluntad y
sálvese la República”.
La noche antes a su fusilamiento se la pasó tranquila, tejiendo su vestido
para cuando callera muerta por las balas del pelotón, si quedaba con las
piernas abiertas, no enseñar la parte íntima. No quería ser motivo de burla de
los esbirros del dictador Santana. Fue tan brava, pulcra y ejercía tanto
liderazgo, que circulaban los comentarios que era la única mujer a la que
Santana temía como el Diablo a la Cruz.
En el Día Internacional de la Mujer,
debemos afirmar que si los dominicanos y dominicanas conocieran bien a
fondo la historia de esta mujer, la proclaman “Madre de la Patria”. Es
simplemente una mujer fuera de serie.
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