Por Roberto Valenzuela
No hay que ser trujillista para reconocer la hazaña de Rafael Leónidas
Trujillo Molina al saldar las deudas que el país había heredado desde los
gobiernos de Lilís (Ulises Heureaux). Al
pagar las deudas, Trujillo recuperó las Aduanas, pues estas estaban en poder de
Estados Unidos, que se había apoderado de ellas para cobrarse las deudas que
había heredado el país.
El historiador César Herrera plantea que el hecho de que las aduanas
tuviesen en poder de EE.UU. el Estado dominicano existía a medias porque se
había menguado su soberanía. Explicó que creó un gran trastorno a República
Dominicana, debido a que durante los años 1912, 1914 y 1916, las autoridades
norteamericanas “amenazaron suspender, y suspendieron los pagos” que debía dar
la Receptoría General de Aduanas al gobierno dominicano.
Al tener EE.UU. en su poder la principal fuente de recaudación,
cuando las autoridades dominicanas tomaban una decisión que afectaba los
intereses norteamericanos, dejaban de entregar los recursos al Estado
dominicano y eso desequilibraba el gobierno, que a veces no tenía ni para pagar
la nómina de sus empleados.
“El Tratado Trujillo-Hull es de tan alto valor histórico como las guerras
de Independencia o de la Restauración, porque en ese acuerdo memorable se
completa e integra la soberanía nacional y adquiere el Estado dominicano la
plenitud de sus funciones políticas y se completa el tortuoso proceso de la
formación nacional”, dice Herrera.
Narra que el 28 de agosto de 1940 “el presidente Manuel de Jesús Troncoso
de la Concha confirió plenos poderes al generalísimo Trujillo, como Embajador
Extraordinario en Misión Especial”; y así visitar Washington, capital de
Estados Unidos, donde el 24 de septiembre de ese año firma el histórico Tratado
Trujillo-Hull (Secretario de Estado Cordell Hull).
El convenio fue ratificado por el Senado norteamericano, el 15 de febrero de
1941.
La transferencia de las funciones de la Receptoría a las autoridades
dominicanas se efectuó la mañana del primero de abril de 1941, en un acto en el
muelle del puerto principal de “Ciudad Trujillo”, que es como se llamaba Santo
Domingo en esa época.
Troncoso de la Concha (presidente títere de Trujillo), acompañado de todos
los altos funcionarios, procedió a enhestar, como símbolo de plena soberanía,
la bandera nacional en la Puerta de San Diego, principal vía de acceso a la
zona portuaria. Un batallón del Ejército rindió los honores de rigor.
El último receptor general norteamericano fue el señor Thomas Pearson; y el
Gobierno dominicano designó como primer director general de Aduanas a don Horacio
Pérez Licairac. Fuentes: Archivo General de la Nación, la obra “De
Hartmont a Trujillo”, autoría del historiador César Herrera.
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