Por JUAN T H
El poete
uruguayo, Mario Benedetti, un muerto, nunca más vivo, que anda por ahí como un
duende utópico, escribió un poema que bien merece leerlo una y otra vez,
reproducirlo una y otra vez, hasta que nadie lo olvide a la hora de
arrodillarse y perder para siempre su dignidad y su decoro hasta convertirse en
un estropajo humano, escribió el inolvidable poema “Decir que no”, que viene
como anillo al dedo después de dos ejemplos de la política, uno a imitar y el
otro a rechazar.
“ya lo
sabemos/es difícil/decir que no/decir no quiero
Ver que el
dinero forma un cerco/alrededor de tu esperanza/sentir que otros/los peores/
entran a saco por tu sueño
Ya lo sabemos/es
difícil/decir que no/decir no quiero
No obstante/como
desalienta/verte bajar tu esperanza/saberte lejos de ti mismo
Oírte/primero
despacito/decir que si/decir si quiero/comunicarlo luego al mundo/ con un
orgullo enajenado
Y ver que un día/pobre diablo/ya para siempre
pordiosero/poquito a poco/abres la mano
Y nunca
más/puedes cerrarla”.
En estos tiempos
de convulsión moral y deterioro del honor, he visto a tantos, incluso algunos
amigos, descender del pedestal de la dignidad en el que estuvieron alguna vez,
para decir: “si quiero” y extender la mano olvidando a los hijos, los
compañeros de la oficina, los amigos en las tertulias a los que jamás pobra
volver a mirar a los ojos con la frente en alto pletórico de orgullo por haber
actuado correctamente.
En la vida hay
que tener el coraje de saber decir “no”, “no quiero”, “no puedo”, y dar la
espalda marchándose con una sonrisa de triunfo, de victoria.
Suelen decir que
“si” siempre los carentes de personalidad y carácter, los pusilánimes, los
cobardes, genuflexos que se rinden ante cualquier adversidad, los peleles y
mequetrefes inútiles hasta en un circo.
Saber decir “no”
cuando está en juego el respeto por uno mismo, la vergüenza, el honor, la
nobleza y la hidalguía, es lo que hace diferente a los hombres que hacen
historia y se convierten en paradigma sociales imperecederos.
No es
obligatorio traicionar a nadie, mucho menos a uno mismo. Siempre, en todo
momento y circunstancia, está el “no”, grande y rotundo, porque como dice
Benedetti, “uno no siempre hace lo que quiere, uno no siempre puede, pero tiene
el derecho de no hacer lo que no quiere, porque una cosa es morirse de
vergüenza y otra cosa es morirse de dolor”.
Es mejor morir
de dolor que de vergüenza.
Los dirigentes
del partido de gobierno no solo se corrompieron
perdiendo los valores éticos y morales que durante más de dos décadas
predicaron, sino que hicieron lo mismo con la base de su organización y con
toda la sociedad. Descubrieron que todos
tenemos un precio convirtiendo el país en un estercolero donde sobreviven los
escarabajos del fango, las pulgas y las garrapatas de la política chupándole
inhumanamente la sangre al pueblo y sumergiéndolo en la pobreza mientras lo despoja de su
idiosincrasia al no poder decir: “no, no quiero” y levantar una muralla
valiente de fe y esperanza, de orgullo y honestidad, contra la pobreza
espiritual que es la más brutal de todas las pobrezas.
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