Por Roberto Valenzuela
Conducían al presidente de la República para fusilarlo en secreto en Maimón,
Puerto Plata. Lo llevaban engañado diciéndole que iban para una operación
contra las tropas españolas en las costas de Puerto Plata.
Al enterarse que lo llevaron con engañifa al lugar de su fusilamiento (le
enseñaron el hoyo de la sepultura y la orden de matarlo firmada por el general
Gaspar Polanco), el Presidente murmuró: –¡Ese canalla de Gaspar!
Entonces, sabiendo que eran sus últimos minutos de vida, el presidente
Salcedo le entregó sus armas y joyas a un joven teniente y combatiente de
la Guerra de la Restauración, Ulises Heureaux –Lilís–, para que se las llevase
a su esposa.
De inmediato, el general José Antonio (Pepillo) Salcedo examinó el hoyo
donde lo iban a sepultar y protestó que era demasiado bajito y estrecho.
El presidente Salcedo pagó a unos campesinos para que lo ampliaran. Después
entró al monte, cortó un palito se midió el cuerpo con él, marcó bien la medida
y se lo entregó a uno de los hombres, diciéndole: “Entréguele esa medida a
Gaspar y dígale que digo yo que con esa misma medida lo medirán a él”.
El derrocado Presidente se colocó frente al pelotón de fusilamiento y pidió
que apuntaran bien para no sufrir y morir con decoro. El mismo Salcedo dirigió
el pelotón de su fusilamiento, y gritó: –¡Viva la República!
Pepillo fue sustituido en la Presidencia por el general Gaspar Polanco.
Los datos sobre este relato están contenidos en la revista Clío, órgano de
la Academia de Historia. Recoge testimonios de combatientes de la Guerra
de la Restauración y de familiares de estos. Figuran declaraciones de una
hija de Salcedo, doña Leonor y de un hijo de Polanco, Manuel.
Salcedo fue líder militar de la Guerra de la Restauración, ocupó la Presidencia desde
septiembre de 1863 hasta su derrocamiento en octubre de 1864.
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