Por Miguel Ángel Cid Cid
El
dolor se siente hasta en el tuétano. Desde antes de la fundación de la
república, sectores conscientes y de sensibilidad humana han pujado por
políticas culturales acordes con la identidad dominicana. Sin embargo, esos
deseos y acciones se ven tronchados por quienes se sirven con la cuchara grande
los recursos económicos y las riquezas inmateriales de la nación.
Resulta penoso
ver gobierno tras gobierno a un Misterio de Cultura plagado de artistas con
funciones técnicas que, a todas luces, desconocen. Los merengueros, cantantes,
pintores, teatreros y bailarines --los que salen y los que entran--, seguro
quieren desempeñar una buena labor, quizás sean personas honestas, de buena
intención y transparentes. Pero su ignorancia en la gestión de la materia se lo
impide.
La pregunta,
entonces, es obligada:
¿Acaso el puro
hecho de ser artista popular o clásico lo convierte en un virtuoso planificador
o en gestor cultural eficaz?
¿Por qué en el
MC no se designa en puestos de primer nivel a un personal calificado en materia
de planificación y gestión cultural?
El
desconocimiento generalizado sobre el proceso de la planificación conduce a la
concentración del enfoque en las partes, en vez de esforzarse en ver el todo.
El
activismo cultural se impone entonces como consecuencia. Eso ocurre no sólo en
el Estado, sino también en ONGs. De ahí que sea común encontrarse con un
director de una institución cultural organizando eventos de manera industrial,
sin ni siquiera detenerse a evaluar resultados. El artista gerente hace de
conductor, mensajero distribuidor de invitaciones y comprador de productos para
brindar a la concurrencia. Un brindis que él mismo prepara y entrega
personalmente a cada invitado. Inclusive, hay momentos en que este “gestor
orquesta” se presenta él mismo en medio del instante culminante de la función.
La cultura
reducida al artistismo cultural es una debilidad que impide el desarrollo
social, político e incluso económico de la nación. La profunda degradación del
sistema de educación del país puede verse como un reflejo del bajo nivel
cultural de los políticos que toman las riendas del Estado.
La realidad a la
que son sometidos los artistas y productores culturales, penosa por demás,
impide consecuentemente a los gestores y planificadores culturales rendir una
labor beneficiosa para el país. Se hace urgente cambiar esta realidad. ¿Y quién
con más autoridad para cambiarla que el presente gobierno, el del cambio?
Conviene que el
nuevo Ministerio de Cultura valore la posibilidad de una alianza estratégica con
los ayuntamientos, por un lado y con los ministerios de Turismo, Educación y
Deportes, por otro lado. La mancomunidad podría propiciar que, en la crisis
económica mundial que viene, los cuatro gabinetes actúen en sinergia para
aprovechar al máximo las potencialidades de cada uno.
Por ejemplo: Los
bachilleres egresados de nuestras escuelas saldrían con una cultura general
acorde con la media de la región. El turismo se pondría en capacidad de
reforzar su oferta gastronómica criolla y diversificar la cultura local
catalizando los saberes de otros lares. También los atletas dominicanos podrían
ver crecer su acervo cultural y, por ende, hacer una mejor representación del
país en las competiciones internacionales.
Los
ayuntamientos como gobierno del municipio constituyen una pieza clave en la
gestión cultural. Ellos son los que controlan las juntas de vecinos y las
organizaciones comunitarias a lo ancho y largo del territorio nacional. Es
decir, controlan el corazón de la sociedad, el lugar donde se construye la
identidad dominicana.
Por ello resulta
ilógico que el Ministerio de Cultura los excluya en sus planes. La gestión de
los departamentos de cultura de cada ayuntamiento debería estar íntimamente
vinculada a la planificación del ministerio, sin anularse uno a otro. En el
municipio o distrito municipal donde no exista un área de promoción cultural el
ministerio podría contribuir en su constitución.
Es necesario que
los departamentos de cultura municipales se transformen, para que pasen de
promotores de arte y cultura a planificadores y gestores culturales. Se
conviertan en correas de transmisión, en canales, en puentes por donde pasen el
arte y la cultura. El salto de promotores a gestores requiere de una mayor
inversión que bien podría ser compartida entre cada ayuntamiento y el propio
Ministerio de Cultura.
El equipo recién
posicionado, a la cabeza del gobierno, tiene la oportunidad de iniciar un
proceso para cambiar paulatinamente esa realidad. Éste podría ser el gran
legado del gobierno del Presidente Luis Abinader en el área cultural.
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