Por Osiris de León
Este 4 de agosto de 2021 se cumplen 75 años del gran terremoto que en fecha
4 de agosto de 1946 estremeció con magnitud 8.1 toda la zona de Nagua, toda la
región nordeste y norte de nuestra isla, y finalmente toda la isla Hispaniola,
pues nunca antes se había registrado instrumentalmente un terremoto de esa
magnitud en nuestra región del Caribe, aunque de seguro sí se había repetido
muchas otras veces a lo largo del pasado geológico, pues donde hoy ocurren
grandes terremotos es porque desde el pasado geológico se han estado produciendo
grandes y medianos terremotos por interacción entre placas tectónicas que
deforman y rompen las rocas de la corteza terrestre, lo que sugiere que la zona
nordeste y la zona norte de nuestra isla están en lista de espera de futuros
grandes terremotos.
Ese terremoto de magnitud 8.1 es el más recordado en el territorio
dominicano porque ha sido el que ha provocado el mayor maremoto destructor que
todavía recuerda una parte de nuestra población, pues toda persona que tiene
cerca de 80 años de edad, o más, recuerda el pánico que en ese entonces se
adueñó de toda la región nordeste y de una gran parte del país, ya que el
maremoto no solo destruyó a la comunidad de Matanzas, que inmediatamente pasó a
ser denominada Matancitas porque quedaron muy pocas casas de pie, sino porque
también hizo estragos en Miches, en Sabana de la Mar, y en otras franjas
costeras de la costa nordeste y norte, ya que algunos ciudadanos citan que
hasta en Puerto Plata hubo penetración del mar, aunque con pocos daños por no
haber muchas casas en las costas.
Sin embargo, el moderno presente es muy diferente al pasado rural de hace
75 años en la franja litoral septentrional y oriental, pues desde 1970 en
adelante las costas norte, este y nordeste han entrado en un acelerado proceso
de expansión hotelera que nos ha convertido en el principal polo turístico
regional, donde ya casi disponemos de unas 50 mil habitaciones hoteleras en esa
franja litoral, y donde muchas de ellas están casi al mismo nivel del mar, o a
escasos centímetros sobre el nivel medio del mar, y aunque esta referencia no
la hacemos para asustar, ni para alarmar, sí la hacemos para que sea tomada en
cuenta y para recordar que las amenazas sísmicas son una realidad y que ellas
incluyen riesgos de maremotos, por lo que es urgente iniciar un programa de
microzonificación sísmica de todos los proyectos hoteleros, el cual debe
incluir la respuesta sísmica de todos esos suelos, el riesgo de inundación por
maremoto y las medidas de protección que puedan salvar vidas, pues si en un momento
determinado ocurriese un terremoto similar al del 4 de agosto de 1946, ni los
hoteleros, ni sus colaboradores, ni los turistas, ni los turoperadores sabrían
qué hacer para ponerse a salvo y para poner a salvo a los turistas
acompañantes, pues si usted recorre toda la franja costera verá que no
encontrará señales que identifiquen zonas de inundación por maremotos, ni rutas
de evacuación en caso de aviso de posible maremoto luego de un gran terremoto,
ni encontrará estacionamientos elevados por encima de la cota 10 msnm para que
en caso de maremoto los conductores puedan ponerse a salvo.
De igual modo, muchas comunidades han estado creciendo en el litoral norte,
este y nordeste sin que los ciudadanos estén conscientes de los riesgos
sísmicos propios de nuestra cercanía al borde de interacción entre la placa
tectónica de Norteamérica y la placa tectónica del Caribe, ni mucho menos saben
sobre cuáles tipos de suelos han levantado sus viviendas, ni las diferentes
respuestas sísmicas que producen diferentes tipos de suelos, ni hacia dónde
deben desplazarse en caso de aviso de un posible maremoto, siendo una necesidad
que nuestra sociedad destine recursos económicos, tecnológicos y humanos para
poner de relieve nuestra realidad sísmica y para conocer mejor las diferentes
respuestas sísmicas de nuestros suelos, todo en interés de minimizar
asentamientos humanos en las zonas de mayores riesgos de inundación por
maremoto y en las zonas de peores respuestas sísmicas de los suelos.
Este 75 aniversario del terremoto de 1946 no es simplemente una oportunidad
para recordar el maremoto ocurrido en Matanzas, sino una gran oportunidad para
recordar que debemos comenzar a educar sísmicamente a nuestra sociedad, una
oportunidad para aumentar la cantidad de sismógrafos y acelerómetros de
monitoreo sísmico en todo el bloque septentrional, el cual incluye a la costa
atlántica, a la península de Samaná, a la cordillera Septentrional y al valle
del Cibao, una oportunidad para asignar suficientes recursos económicos para la
microzonificación sísmica de todos los complejos hoteleros y de todos los
núcleos urbanos costeros, desde Boca de Yuma hasta Montecristi, y una
oportunidad para invertir recursos económicos en investigación científica que
nos permita dar pasos firmes en materia de alertas sísmicas tempranas mediante
la identificación anticipada de perturbaciones en el campo electromagnético
regional y local que puedan estar vinculadas a incipientes procesos de roturas
sísmicas en la corteza terrestre vecina a nuestra isla.
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