POR ROLANDO ROBLES
Vamos a
suponer, sólo a suponer, que, la predilección del género humano por los hijos
es un sentimiento de carácter instintivo, que existe en función de que los
consideramos como parte de nosotros mismos, como si fuesen una extensión de nuestro
cuerpo y luego de nuestras vidas. Es así como las personas, generalmente, nacemos
predispuestas a amar a los niños, indistintamente del sexo que tengan.
Con muy pocas
excepciones, los padres nos solazamos con verlos sonreír, gatear, dar los
primeros pasos. Si los sentimos tristes les hacemos gracias, tratando de que
sonrían y si acusan alguna molestia o dolor, nos desvivimos para corregir la
causa de la incomodidad.
Hasta este
punto, creo que estoy hablando de la gran mayoría de gente, como tú y como yo.
Hay algunos a los que nos gustan, en especial, los bebés de cuna. Ellos son los
que nos hacen decir, palabras tan insólitas como: ¡cualquiera se lo come, mi bombón!,
mientras los acariciamos y les hacemos cosquillas, hasta sacarles un intento de
lo que suponemos es una carcajada.
Todo este
amorío por los niños, se multiplica por cien cuando llegan los nietos y podemos
repetir esos ritos que ya casi habíamos olvidado, con el crecimiento de los
hijos. La diferencia es que, con los nietos pequeñines, somos mas precavidos,
pues no en balde hemos aprendido algo de la vida y ahora hacemos menos contacto
físico, sabedores de que portamos un sin número de virus y que podemos
enfermarlos, “queriéndolos tanto".
Ya caminado
este tramo, quiero empalmarlo con esa aberración que lleva los adultos a verlos
niños como objetos sexuales. Imagino que arrastran tal anomalía mental desde
que tienen uso de razón, pero, por lo general, no lo advertimos, porque no
tenemos formación especializada y porque, además, tendemos a ser indulgentes
con los muchachos. Por suerte, esos deformados mentales son una pequeña
minoría.
La verdad es
que yo no veo relación con el comportamiento familiar y la desviación mental
denominada “pedofilia” y que se manifiesta después de cierta edad y de manera
muy disimulada, solapada, encubierta. Espero que, si estoy equivocado, algún
amigo especialista me corrija.
Digamos ahora
-como padre, abuelo y bisabuelo, sin estudios sobre la conducta humana que soy-
que de pedófilo se pasa a pederasta, cuando a ese desorden mental, se le agrega
la conducta criminal de un pervertido. El depredador, que ya pasó de la etapa
pasiva, de simulación y sueños aberrantes, entra en la fase de agresivos
planes.
¿Cómo opera
este cambio en el cerebro humano? confieso que no lo sé. Y si es cierto que, de
“pedófilo se pasa a pederasta”, tampoco lo puedo asegurar con certeza. Más bien
creo que, los pedófilos pueden sufrir esta desviación en silencio, sin dar
señales de su perturbación y supongo que ha de ser por el peso social que su
descubrimiento implica.
Pero la
necesidad de dar riendas sueltas a las bajas pasiones que su cerebro acaricia,
probablemente genere la gota que derramará la copa. Y a partir de ese momento,
el individuo taciturno, inexpresivo y vacilante que luchaba en su interior con
esos demonios que aguijoneaban sus entrañas, se convierte en un criminal en
potencia.
Empezará a
planificar el escenario que lo pueda acercar a los niños.A lo mejor decide ser
payaso, instructor deportivo, Robert Scout, profesor de primaria, caza
talentos, sacerdote, pastor o catequista, empleado de una juguetería, vendedor
de helados o cualquier otra profesión u ocupación, que lo pueda mantener
alrededor de sus futuras presas.
Reconozco que,
hasta este momento, mi narrativa se basa únicamente en suposiciones mías, un
anciano bisabuelo que no se puede quedar callado ante esta escalada de crímenes
contra niños y adolescentes. Pero muy bien pudiera ser que, no es que hayan
aumentado las violaciones sino, que ahora las estamos descubriendo más rápidamente.
Antes solo escuchábamos
algunos que otros secretos a voces, un run run sobre un famoso portero de un
Oratorio, uno que otro instructor de boxeo o lucha libre o un amable tipo que
alquilaba y enseñaba a montar bicicleta a la muchachada. Pero todo era cubierto
por el velo de la vergüenza y el miedo. Que yo recuerde, nunca se denunciaron a
esos malvados.
Hoy es más
fácil detectar los atropellos, que muchas veces han terminado en monstruosos
asesinatos; pero sólo cuando el caso es escandaloso en demasía, ya sea por la prestancia
de las víctimas o el victimario y/o por la eventualidad de que se descubre la
aberración, es que el público se entera de la atrocidad cometida.
Infiero que, para
mantener entre cortinas este tinglado de degeneración, se hace inminente la
presencia del elemento mas avieso que ha desarrollado la sociedad nuestra, “la
complicidad”. Solamente con el apoyo, y a veces respaldo de ciertas personas,
ya sea en el entorno de las víctimas o en los alrededores del victimario, es
posible que los crímenes se repitieran una y otra vez. La connivencia conduce a
la impunidad.
El caso más
vergonzoso, es el de la iglesia católica, mi iglesia. Durante siglos se han
estado encubriendo estas barbaridades, que se contraponen directamente con el
espíritu de la institución. La casa de Dios, sirvió de morada a los hijos del
Diablo; y solamente cuando esos ritos malditos se convirtieron en pérdidas
económicas, fue posible empezar a desvelar las atrocidades y a implementar los
supuestos y tardíos correctivos.
Para llegar al
nivel de hacer público el horrendo crimen que contra seres indefensos cometen
esos desgraciados de la vida, fue necesario que se combinaran una serie de
factores. Primero, que fueran cada vez mas repugnantes y
perversos; segundo, que la periodicidad se hiciera un tanto mas corta y
finalmente, que tocara a personalidades públicas.
Antes de
concluir esta primera parte de mis preocupaciones, quiero dejar claro que no
tengo conocimiento formal sobre la conducta de los hombres, que sólo me llevo
de mi instinto de bisabuelo y que recibiré de buena gana la opinión de los
expertos sobre el tema, siempre que ayuden a aclarar el camino y a buscar
soluciones reales al problema.
¡Vivimos,
seguiremos disparando!
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