Por Félix Quiñones
Yo no tengo edad para saber de algunos acontecimientos en República
Dominicanas, que sucedieron después de la muerte de Trujillo. Pero recuerdo que
una vez, casi al final de su mandato, un presidente se mató, fue uno del PRD,
don Antonio Guzmán Fernández.
A decir verdad, yo nunca supe los motivos por los que ese señor tomó esa
decisión tan extrema. Pero tampoco escuché una explicación clara sobre el
asunto, ni de sus familiares, ni de las autoridades del gobierno, ni de la
dirección de su partido, el Partido Revolucionario Dominicano (PRD)
Hoy día, ya siendo adulto y con familia, oigo que otro presidente, aunque
ya estaba fuera del poder, se suicidó cuando la justicia de su país, Perú,
trataba de detenerlo en su residencia. Y me vino a la cabeza comparar el caso
con el nuestro, que sucedió en el verano de 1982.
¿Qué relación tiene el suicidio de don Antonio Guzmán con el de don Alan
García? ¿Sería por las mismas razones?, o por el contrario, ¿son casos muy
diferentes? y ¿en qué consisten las diferencias si es que existe-n?
A estas preguntas es que me enfrento en estos momentos y que trato de darle
respuestas que sean algo coherentes, no como las que se ofrecieron sobre el
presidente Guzmán, hace ya casi cuarenta años.
Lo primero es que los dos casos se relacionan y son diferentes al mismo
tiempo, porque la muerte siempre acaba con la vida y nadie sabe a dónde irán a
parar sus almas cuando estén en el más allá.
Aunque los dos tenían más o menos la misma edad, al momento del evento. Nacieron
en dos épocas diferentes. Uno era de poca formación intelectual, pero de mucho
liderazgo, según dicen; pero el otro, era todo un teórico de la política, muy
famoso por sus discursos.
Sin embargo, tenían algo en común, y es que formaban parte de la
Internacional Socialista, o sea, eran “muy demócratas”, suponemos. Esa organización
mundial, muy reconocida y en tiempos de la “guerra fría”, aclamada como el
“norte de los países en vías de desarrollo”, hoy día,
parece que desapareció, junto a otra que le dio origen: “la dictadura del
proletariado”.
A decir verdad, el mundo no sabe para qué sirvió la una, ni tampoco la
otra.
Antonio Guzmán estaba en ejercicio, pero Alan García había dejado el poder
hace ocho años. Pero ambos tenían miedo de “algo”. En el caso del dominicano, dicen sus amigos y
familiares que era un hombre muy serio y que se mató por vergüenza, debido a lo
que Jorge Blanco pudiera hacer contra su familia al llegar a la presidencia, o
sea algo parecido a lo que posteriormente, el Dr. Balaguer le hizo al mismo
Salvador Jorge Blanco.
Alan García luchó y hasta ganó algunas escaramuzas en las que estaban
envueltos él y sus socios; pero no estaba dispuesto a ir a la cárcel en estos
tiempos que vive Perú, donde parece que no hay altares sagrados y que nadie
está por encima de la ley.
En su carta de despedida, el peruano afirma que: “He visto a otros desfilar
esposados, guardando su miserable existencia” y pareciera como si tuviera
validez su decisión, pero no es así. En este momento, nadie cree en su
inocencia; todo lo contrario, su decisión luce como una confirmación
desesperada de sus culpas.
Sin embargo, esta salida presurosa de Alan García, debe servir para algo más
productivo; algo que beneficie a los dominicanos. ¿Por qué no lo imitan? Hay cientos de funcionarios, con funciones y
sin ellas, acusados de los mismos delitos que el “brillante”, aunque muy
pesimista ex presidente Alan García.
No es que yo quiera que un grupito de sinvergüenzas, que ahora están en el
gobierno y otros que ya estuvieron, le sigan los pasos al peruano, pero, si lo
hacen, nadie los va a criticar. Si les tienen miedo a la pólvora, que dicen que
huele muy mal cuando se siente de cerca, pues hay otras formas de decir adiós.
Y nadie los va a criticar.
Parece que, el sombrero de Alan García le sirve a mucha gente, pero son tan
cobardes, que ni siquiera para sentir miedo sirven. Y que quede bien claro, no
sienten miedo, por el control absoluto que tienen del Estado y de la Justicia;
muy distanciado de cómo funciona la justicia en Perú. Los implicados, más los
que faltan, se sienten súper seguros de que nadie los va a poner en apuros y
por tales evidencias, se prestan de manera ridícula a formar un show de mal en
los tribunales, como si fueran payasos de circo.
Hablar de Odebrecht en RD es sinónimo estafa, y para nadie es un secreto el
atraco del que hemos sido objeto nosotros los dominicanos, por los buitres que
manejaron ayer y manejan hoy, las negociaciones con la firma brasileña.
Actualmente tenemos en escena a tres figuras que buscan la presidencia para
el período 2020-2024, y precisamente, los tres de manera irrebatible, aprobaron
los proyectos; y pusieron sus firmas -o la de sus acólitos- en todos los
contratos provenientes de Odebrecht.
Aquí cabe la pregunta del millón de dólares: y a ahora, ¿quién podrá
defendernos? Porque Chespirito se nos fue hace más de cuatro años.
¿Un cambio de gobierno en el 2020? o ¿una revuelta semejante a la del 24 de
Abril de 1965, con todo y ocupación extranjera?
¡Simplemente, esto es lo yo me pregunto hoy!
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